viernes, 13 de diciembre de 2013

Policeman


 
La libertad hegeliana 
no es más que el derecho a obedecer a la policía
 (B. Russell)


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Quejábase el loco del chándal, una vez suelto, de la vigilancia policial que veía en la calle.

    Es la misma sensación que tienen muchos caballeros que no van por la calle con la bragueta abierta.

    No quisiera uno parecer un “telepollas” celiano de lo progre, pero, a ojo de buen cubero, y con la ley de seguridad que prepara el Parlamento, muy pronto podrás ser detenido legalmente por al menos nueve de cada diez personas (la décima serías tú mismo) que te cruces en la acera: civilón, nacional, guindilla, “bescam”, “mosso”, “ertzaina”, agente de movilidad, segurata o “policeman” en general, sin descartar a alguna abuelita Paz venida arriba en banderillas, como la que en Madrid se lió a bolsazos contra el etarra Urrusolo por un asiento en el autobús.
    
Con la seguridad española pasa igual que con la caridad inglesa.
    
Las viejas inglesas crean a los pobres para luego socorrerlos y los políticos españoles sueltan a los asesinos en serie para luego arrestarlos, cosa que nos tiene prohibidísima Estrasburgo, razón por la cual, como de todos modos a alguien hay que arrestar, hacen leyes y policías que den de comer a los abogados con el negocio de la libertad, que viene a ser como la horchatería de los hegelianos.

    ¿Que qué es un hegeliano? ¿Y tú me lo preguntas, Floriano?

    Hegel es el pez gordo que todos los mandones (en España no se gobierna: se manda) llevan detrás al hablar, y Bertrand Russell lo tiene explicado como nadie:
    
Para Hegel, y hasta aquí podemos coincidir, no hay libertad sin ley; pero él lo convierte en que, donde hay ley, hay libertad, con lo que libertad, para él, no es más que el derecho a obedecer a la policía.
    
Con Hegel, más ese radar navideño que el Ayuntamiento de Madrid regala a sus contribuyentes y que es tan “inteligente” que mide, no la velocidad a la que uno va en la M30, sino a la que podía haber ido, “la larga noche del franquismo” parece una mañana krausista en Woodstock.

    Y sin chándal.