(Colección Look de Té)
Jorge Bustos
Nadie en esta triunfante civilización del infantilismo está a salvo de la tentación selfie. Ahí tienen ustedes a Obama autorretratándose en el funeral de Mandela con la sobrevalorada ministra danesa. La historia en los medios se redujo a un flirteo inexistente y a un ataque de cuernos de la parienta igualmente tramposo, como sabe cualquier fotógrafo revirado; lo que se debió de señalar es el hecho primero, desalentador, tenebroso: los amos del mundo también necesitan hacerse selfies. No hay escalafón que escape a la irrelevancia del yo, no hay lugar ya para la suficiencia del poder ni para la belleza sin testigos de una mente adulta en funcionamiento. Es horrible, joder.