Espósito
Bananas, de Woody Allen
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Gallardón taiwanizó Madrid y Ana Botella la rumanizó, con esa tenebrosidad transilvana que en los mejores barrios provocan los apagones (un logro del socialismo real), las acordeones y los champiñones que brotan de las hojas muertas.
Entre la niebla y bajo la lluvia, la Milla de Oro madrileña es un cuadro de la selva de Irati pintada por Antonio López, con berrea (no diremos de qué) en los roquedales de la plaza de Colón.
Conque hojas muertas, ¿eh?
Como en la “chanson” de Prévert, las hojas muertas de Madrid ya las pueden recoger los poetas o los amantes, porque el Ayuntamiento no lo va a hacer, razón por la cual se dispara la venta de cerdos vietnamitas para mascotas que ayuden a ir por la calle de Serrano levantando trufas bajo la hojarasca.
¡Disfrutamos tanto oliendo a bosque!
Las nuevas generaciones de la derecha política, la que manda en Madrid, son el doble de progres (reprogres, que eso significa pepé) que los progres. En lo cultural, Villalonga, que vino “a quitar la caspa” de los papás. Y en lo musical, Erguido, un fenómeno de la bicicleta (eterno sueño franquista), y la ingeniería social (eterno sueño norcoreano). Todos salen del discurso de Espósito, el guerrillero de “Bananas”:
–Y a partir de ahora la ropa interior se llevará por fuera…
Erguido, con sus instancias, ceúves y efectos-tubo, ha estabulado a los músicos callejeros mediante un casting con jurados secretos en el cuartelón del Conde-Duque, mezcla de los procesos de Moscú y las “Candilejas” de Chaplin.
Resultado: un cate para Barella, ganadora del Premio Rock Villa de Madrid y estrella tres veces contratada a un alto precio por el Ayuntamiento para la tradicional “ouija” municipal pro Michael Jackson.
Erguido sacó el córner de la ingeniería social y al remate acudió, jaguaresca, Mato, que venía a ser como el Snoopy viejo del gobierno, pero que prohíbe como Rex; ahora, los cigarros de vapor. Para reducir los gases de efecto invernadero.