Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el entierro de Larra, abuelo de los periodistas, Zorrilla saltó a la fama poniendo voz de odre, como Gallardón, para decir que aquel vago clamor que rasgaba el viento era la voz funeral de una campana.
Ayer, en las pompas de Madiba, el abuelo de los tertulianos, aparecieron Mugabe y Raúl Castro, que en funebrismo nada tienen que envidiar de Txikierdi, un “aitona” de los etarras liberado por el gobierno, y por un momento quisimos ver a Mariano, representante centrista en el funeral, acallando al estadio FNB de Soweto con la elegía de Zorrilla (y la vuvuzela de Bono, “grandfather” de los samaritanos buenos, también presente).
Porque está visto que un corazón español sólo se abre en la inminencia de la muerte.
En Madrid, Tomás Gómez, con trenka a falta de elegía, fue a hacer socialismo de garrafón (el que trasiega el pueblo) ante la tumba del Abuelo, como los tertulianos de la Santa Transición llamaban a Pablo Iglesias, el otro caudillo ferrolano.
Al cementerio civil acudió Gómez con López, Méndez y Martínez, que la familia (de Iglesias) que reza unida permanece unida, y en lo que aguardan a que les caiga como una breva el municipio (de Ana Botella), se muestran decididos a no soltar el sindicato (de Largo Caballero), que hunde sus cimientos en cáscaras de gambas.
–No nos postraremos de hinojos (¡en ese suelo perdido de gambas!) –dijo el más fino, Martínez, ex consejero de Bankia y navegante, haciendo suyo el zapatismo de Dolores Ibárruri, abuela de esos garzones que ahora llaman nazis a los rebeldes ucranianos que derriban estatuas de Lenin con la sonrisa de George Clooney.
Aquí, mientras el ideólogo del fascismo, como Gecé, era entusiasta de las horchaterías, el sindicalista de clase, como Méndez, va de madrileño burgués, europeísta y nordizante que busca, decía Gecé, el Cantábrico, la cerveza y el marisco como se busca a los bomberos.
Y esto es lo que nuestros abuelos conocían por “país de contrastes”.