sábado, 14 de diciembre de 2013

Segismundo




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El golpismo catalán nos ha salido con dos preguntas que son un “cul-de-sac” (¡el calcetín de Tàpies, que ayer hubiera cumplido años!) y que al decir de los políticos más viejos de “Madrit” nos meten en un callejón sin salida.

    Artur Mas sería como el poeta Leopoldo María Panero cuando media docena de progres se subían la capucha de la trenka para dar un salto antifranquista en la madrileña calle de Bravo Murillo (la misma calle donde El Lute luchaba contra el franquismo), y él (Panero, no El Lute), al grito de “¡Tras de mí!”, los metía en un callejón sin salida donde los esquilaban los grises.
    
Mas, como tiene dicho mi ensayista, todo el teatro moderno está hecho sobre preguntas: Sartre se pregunta por el hombre; Williams, por la técnica; Priestley, por el tiempo; Ionesco, por la lógica… Y así hasta Mas, que pregunta por lo suyo.

    –El antiguo teatro español montaba sus piezas sobre evidencias: no rehuían los problemas de la Modernidad que amanecía, pero al final del drama: si éste era un conflicto individual, aparecía el dogma; si social, aparecía el rey. Y se decía una palabra tranquilizadora.
    
¿Quién aparece al final del drama catalán? Los abogados de María Soraya dispuestos a merendarse la cena para determinar qué tiene que ver el sueño de Mas con “La vida es sueño”, donde Segismundo, igual que Mas, sabe que no sueña del todo porque sigue, dentro de sí, enamorado. En el caso de Mas, enamorado de España, ¿pues dónde iba él a trabajar menos y a ganar más?
    
Fue Pemán, el del catalán en vaso de agua clara, quien vio las tres salidas de Segismundo:
    
Si “La vida es sueño” terminara en su primer acto, sería existencialista: “El delito mayor es haber nacido”. Si en el segundo, nietzscheana: “En siendo contra mi gusto / nada me parece justo” (¡la moral del súper-hombre!). Pero hay un tercer acto en que adviene la respuesta metafísica: la vida es un sueño del que se despertará a otra vida.
    
Y aquí entra Mariano.