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En el último programa de «Top Chef» se produjo un hecho insólito. Uno de los concursantes preparó un plato de pochas con almejas y fue tal la acumulación de sentimiento que al presentarlas se echó a llorar. Por si no fuera poca efusión, los jueces tampoco pudieron evitar emocionarse: «Es que este plato tiene memoria». Estaba uno acostumbrado a la posibilidad de que ante un plato se le cayeran las lágrimas al comensal, pero que lloren los cocineros…
En el último programa de «Top Chef» se produjo un hecho insólito. Uno de los concursantes preparó un plato de pochas con almejas y fue tal la acumulación de sentimiento que al presentarlas se echó a llorar. Por si no fuera poca efusión, los jueces tampoco pudieron evitar emocionarse: «Es que este plato tiene memoria». Estaba uno acostumbrado a la posibilidad de que ante un plato se le cayeran las lágrimas al comensal, pero que lloren los cocineros…
Francia siempre tuvo dos exquisiteces: la gastronomía y el memorialismo. Pero ahora España se ha puesto a ello y ha descubierto el cocinero plañidera, el mandil peripatético, que hará la competencia a políticos y artistas con su abuso sentimental. Habría que llorar en casa, tras quitarse uno la lentilla.
«Top Chef» ha popularizado en nuestro vocabulario el término emplatar, que es propiamente lo que hace un soltero, pero se ha olvidado de preparar una croqueta. La croqueta esférica, crujiente, borbónica y pobretona, que tiene una perfeción irremediable. Ante la croqueta, uno se tira en palomita como Iker Casillas. Cataluña, antes de encerrarse en su pregunta (retórica), tuvo memorialismo y gastronomía (un momento francés). Pla, que daba a los platos adjetivos pesados, y Adrià, que inventó la croqueta líquida. Si la croqueta es transición de lo crujiente hacia el gusto concreto a través de un mar suave de bechamel (bechamel mucho), su croqueta nos enfrenta hispánicamente a otra gran pregunta:
-¿Nota usted textura en boca?