Abc
Leyenda es lo nunca visto.
Lo nunca visto fue la “levantá” (¡al cielo con ella!), o “remontá” para el periodismo oficial, que el Barcelona le hizo al Paris París Saint-Germain en los octavos de la Copa de Europa.
Yo, al menos, nunca lo había visto. Y resultó fascinante: como la serie de “Los Soprano”, con el fútbol totalmente en segundo plano.
Los niños del fútbol quedaban bautizados como aficionados el día que se aprendían una delantera, su delantera favorita, a modo de jaculatoria. Los del Madrid tenían un Quinteto Mágico: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento. Mi infancia burgalesa fueron Arráiz, Olalde, Mendiolea, Requejo y Angelín. En Zaragoza presumían de los Cinco Magníficos: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. También el Atleti podía poner sobre la mesa un cinco fabril y manufacturero: Ufarte, Luis, Gárate, Irureta y Alberto. Y Serrat incluyó en uno de sus motetes de lo cotidiano una mano de futbolistas fantásticos que hicieron época en el Barcelona: Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Hoy, sin embargo, cualquier niño que se acerque al fútbol culé verbalizará el glamour de sus colores en una letanía única: Ovrebo, De Bleeckere, Bussaca, Stark... ¡y Aytekin!, el más grande.
–Fuck you! –dicen los jugadores del PSG que les decía, al decir de “Le Parisien”, Aytekin en el césped de Barcelona donde una noche así regaron al Inter de Mourinho con aspersores.
Un árbitro es un estilo. El estilo viene dado por el número de reglas que sea partidario de aplicar al juego, pero, eso sí, para los dos equipos por igual. En el instante en que el árbitro decide aplicar a un equipo una regla y al otro no, deja de ser árbitro para convertirse en un mago de Oriente.
Aytekin es un alemán de origen turco, y, por lo visto en el Barcelona-PSG, no es un árbitro, sino El Turco del húngaro Wolfgang von Kempelen, que se hacía pasar por autómata que jugaba al ajedrez. Aytekin actuó de tal manera en Barcelona que de sus actos se puede deducir que se hizo pasar por autómata (árbitro) y consiguió (“Fuck you!”) dar jaque mate al PSG.
Lo más parecido a la actitud (no al resultado) del turco Aytekin en el Campo Nuevo sería lo del belga Schoeters en una eliminatoria uefera del 84 (veníamos del 12-1 de España a Malta en el 83) en el Bernabéu: el Madrid, que jugaba con Lozano, necesitaba marcar dos goles para eliminar al Rijeka, y consiguió tres, con la estimable ayuda de Schoeters, que expulsó a tres croatas, uno de ellos, de nombre Desnica, que era sordomudo, por insultar al árbitro.
Lo del PSG en Barcelona fue para el espectador una mezcla de leyendas: la de la fe clasificatoria de España en Malta en el 83, la de la expulsión del sordomudo en Madrid por hablar y la de la fantasmada de Helenio Herrera en Granada (“¡Este partido lo ganamos sin bajarnos del autobús!”) en los tiempos de Miró Sans, pero todo en el mismo partido… y de Champions.
Esa noche, en la misma medida que engordaba la leyenda culé del remonte, encogía el CV del pequeño Messi, el Potele rosarino, condenado a hacer carrera únicamente en el Barcelona, en cuya leyenda dorada (Ovrebo, De Bleeckere, Bussaca, Stark... ¡y Aytekin!) no figura su nombre, Messi, que, sin los marcajes de Maradona, no ha podido hacer campeona a Argentina.
–¡Ellos tenían un plan! ––dijo del PSG el pobre Busquets en París.
–Si ellos nos han metido cuatro, nosotros podemos meterles seis –contestó, enigmático, Luis Enrique.
LA LIGA DE BALE
No tiene la historia numérica de Cristiano ni la potra milagrosa de Ramos, pero Bale es el jugador más valioso del Madrid y ha dicho en Inglaterra una cosa terrible: la Premier es más competitiva que la Liga. Bale cree que en España, para ganar, basta con currar la mitad del partido, y eso hace que los equipos españoles rindan mejor en las competiciones europeas. Es el modo de verlo desde el puesto de un futbolista-caballo, que vive de la forma física. Bale, además, forma parte de la BBC, un triángulo tan misterioso como el de las Bermudas, pues defensivamente desaparecen sus tres elementos (Bale, Benzema, Cristiano) como barcos y aviones lo hacen en el triángulo atlántico. Este detalle aumenta la felicidad del galés y también sus expectativas de vida deportiva, que quiere completar en el Madrid.