Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Un camello es un caballo diseñado por una comisión, nos decía en la escuela un fraile de Lengua.
Ahora, para canjear barbarismos del Imperio y tabas de lechazo en Casa Azofra, los académicos de la Comisión Internacional del Diccionario (“¡unidad, no pureza!” insistió siempre Dámaso Alonso) han ido a Burgos (“osamenta de piedra abandonada en el camino”), que es mi pueblo, el último pueblo, por cierto, donde debe de hablarse hoy el español.
–¿Y Pucela, qué? –protestarán los tudescos múridos de mi José María Nieto.
Pucela, sí, pero menos, pues arrastra el acento catalán de María Soraya, de efecto tan cómico como el acento alemán del inglés, según Santayana, de la Reina Victoria. ¡La Reina Victoria de Valladolid!
María Soraya es como la Reina Victoria, y la Academia, como “La Roja”, que nunca juega en Barcelona o Bilbao, donde tampoco se come mal, aunque, yendo por lo español, se está menos a gusto, y Darío Villanueva tampoco es Blas de Lezo, que sin ojo ni brazo ni pierna hizo comerse a Jorge II las medallas de “The pride of Spain humbled by Ad. Vernon” para que en América siguiera hablándose el español.
Villanueva ha ido a Burgos a poner “en negro sobre blanco” la “problematicidad” del español… ¡con Trump!, un personaje sin la “sutileza” de Obama, el tipo que en Viena pidió perdón por no hablar el austríaco. Trump, señores, dice Villanueva, no sabe decir “almóndiga”, y si dice “problematicidad”, se queda un rato sin ver nada, como aquél, según Ramón, que dice “Edelmira”.
–¡Pero lo grave para el español es que Trump anuncia un muro con México!
A diferencia del de Clinton (y de Obama), el muro de Trump llevaría una borra (espuma de poliuretano) para impedir el paso a las palabras españolas, cosa que no ocurre con la valla de Melilla, porosa al español de guineanos y tangerinos o tingitanos, que lo aprendieron capturando la señal de “Barrio Sésamo”.
Claro que, una vez que pasan, Villanueva, ¿dónde pueden hablar español en España?