Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En América la inmigración, le dice Trump a una encogida frau Merkel (la líder del mundo libre, la llamaba Obama el Deportador), es un privilegio, no un derecho. Como la estiba en España, un privilegio que viene de Girón, el león de Fuengirola, que era de Herrera de Pisuerga, capital del cangrejo, animal heráldico (por su marcha atrás) de nuestros liberales.
En las partidocracias, la representación no es electoral, sino teatral, como hemos visto en Holanda. Asustar con Wilders para dar votos a Rutte, que hace suyo con la boca pequeña (boca de piñón) el programa de Wilders (¡recuperar los valores morales!), o asustar con Pablemos para dar votos a Mariano, que hace suyo en la letra pequeña (letra de monja) el programa de Pablemos (memoria histórica e ideología de género).
Nuestra clase estatal ha aprovechado el decreto de la estiba para montar un entremés que prepara psicológicamente al rebaño sobre la necesidad de convocar votaciones, como conviene a riveras y marianos, que sumarían una mayoría suficiente para hacer vicepresidente a un nadador y ministros de cualquier cosa a Girauta y Villegas, para que de una vez descansemos todos, menos el Bobo Solemne, que, antes turcos que papistas, ha de ajustar su Alianza de Civilizaciones con su compadre Erdogan.
Loada, pues, sea la estiba.
Al poner los tertulianos “negro sobre blanco” la estiba se le mezclan a uno Tom de Finlandia y Ortega, el Félix de la filosofía, a cuya forma de presentar a los marineros, plantados en el muelle con las manos en los bolsillos del pantalón y pipa entre los dientes, se agarra Rivera para votar por los estibadores.
–“Deporte” procede de la lengua gremial de los marineros mediterráneos, que a su vida trabajosa en la mar oponen su vida deliciosa en el puerto: deporte (¡y “deportar” a lo Obama!) es estar “de portu” –explica Ortega, y Rivera es un nadador a quien, vale, no le suena Kant, pero sí Ortega, de cuyas ortegadas, por cierto, repetidas sin ton ni son, vive.