martes, 7 de marzo de 2017

La gracia del malaje

El de la barba es un concejal de Podemos del Puerto de Sta. María que casa novios
 Véase en plena faena

Francisco Javier Gómez Izquierdo
      
        En Cádiz se viven muy buenos ratos, a poco que dejes hacer a los sentidos y mires, oigas y comas sin prisa y sin preocupaciones. En Cádiz todo el año es Carnaval y es admirable la facilidad que tienen los naturales para hilar conversaciones ingeniosas tan sin el menor esfuerzo que hasta el más cutre vendedor de erizos parece mayordomo de una corte de sirenas. A mí, en particular, una completa calamidad para la música, me sorprende sobre todo la gran cantidad de gaditanos que sabe cantar y tocar cualquier instrumento, por lo que me quedo embobado escuchando las “callejeras” en carnaval, capaces de emitir sonidos que creía solo al alcance de músicos profesionales.

    Disfruto mucho en Cádiz. La última vez, este fin de semana. El sábado estuvo de perros toda la mañana, cosa que espantó a los turistas y la gente de los pueblos, pero a partir de las tres quedó una tarde espectacular sin las muchedumbres que acudieron por ejemplo el puente de Andalucía. 
      
En Cádiz, como en todas partes, nacen, crecen y viven criaturas que se creen graciosas, pero allí su ridiculez es más acentuada y patética, pues aún admitiendo variedades en la calidad del arte de “Cái”, la materia prima no acepta falsificaciones y así al concejal de El Puerto que se retrató disfrazado de cura para unir en matrimonio a una pareja de novios, no se sabe si cómplice o afectada por esos dos vientos ( levante y poniente), que azotan las cabezas más débiles de la provincia, “no tiene categoría para representar a nayde ni a ná de Cádiz. El gachón es un malahe”. Así hablaban cuatro parroquianos mirando el Diario ante unos cafés con churros el domingo en “lo de Juanjosé”.
     A mí, lo que más me llama la atención de la fotografía no es la rúbrica zopenca con la bufanda del Barça que quiere ser estola o la decoración culé del despacho del podemita con paga en el Ayuntamiento. Me descolocan  los novios. La frivolidad en la toma de su nuevo estado, la falta de respeto consigo mismo, la mayúscula tontería en un día que el resto del mundo considera importante,... en fin, no sé, pero me niego a aceptar que mi matrimonio sea como el oficiado por este tipo de graciosos aquejados de la fanática simpleza que el aire de Levante reparte por las cabezas a las que no ve remedio. Algunas he visto yo, con los sesos hechos agua.