Bandolero cultural
Francisco Javier Gómez Izquierdo
A los que somos de pueblo nos preocupa la falta de interés de los políticos “emergentes” por la reforma agraria. En los años setenta y ochenta los jóvenes castellanos pensábamos que Felipe González y Alfonso Guerra iban a acabar con los latifundios andaluces, pero en realidad el que machacaba de verdad con la reforma agraria era un tal Cantarero del Castillo, que además de andaluz había sido falangista. Creíamos que los pobres de las Andalucías que penaban en los libros de Alfonso Grosso desparecerían para siempre y que los jornaleros tendrían por fin tierra y libertad como reza su himno.
Resulta que no. No sólo siguen existiendo los latifundios y los ricos propietarios. Permanecen también los jornaleros en eterna protesta siguiendo otro tipo de juglares que los de los 80, pero los de hogaño no insisten mucho en la cesión de la tierra, no sea que alguien de repente se la dé y les exija productos rentables y de calidad. Los podemitas andaluces siguen la doctrina de los alcaldes Gordillo y Cañamero y piden paguita sin jornales y desde los 18 años. ¿Quién va a estudiar en esas condiciones? ¿A cuento de qué van a venirles ahora con Reformas Agrarias? A Sánchez Gordillo y Diego Cañamero lo que les va y propician es la ocupación, que es una manera de pisotear las fincas y hacer como que las excavan entre la una y las dos, que es cuando ponen el telediario.
La ocupación de las fincas pasó a las ciudades y ya es casi costumbre urbanita, sobre todo desde que los periodistas de las teles y las radios consideraron entrar en las casas vacías como un derecho. El mismo derecho que asistía a la Reforma Agraria de los comunistas, los socialistas o de Cantarero del Castillo. La burricie periodística y la permisividad de la autoridad ha llevado a la delincuencia a organizar perfectamente los sistemas de ocupación. Córdoba, por ejemplo.
En Córdoba, unos cuantos malencarados, por lo general multidelincuentes, buscan clientes para su negocio, que no es otro que un edifico, una planta o un piso deshabitados, pero que ¡ojo! son de alguien, y a los que revientan las cerraduras porque todo el mundo tiene derecho a una vivienda. Ofrecen las casas a varios desesperados a los que instalan en ellas como si fueran de su propiedad y les exigen una renta mensual de entre 300 y 500 euros que no perdonarán por nada del mundo. El pobre urbanita que se mete en la casa que no es suya ni del que se la alquila, asume todas las responsabilidades. Como “está al loro” de las nuevas tendencias en asuntos judiciales, que se inclinan por comprender y perdonar los actos desesperados de los necesitados de una vivienda digna, piensa que tiene donde vivir para unos cuantos años. No cuentan cómo se las gastan los arrendatarios ilegales.
Con el tiempo esta práctica está dando problemas, amenazas, heridos... y cualquier día alguien va a matar alguien. Los de las pancartas antidesahucios se desdicen estos días de sus enseñanzas e intentan explicar su verdadera doctrina.
A un servidor lo que de verdad le interesa es una auténtica Reforma Agraria en Andalucía para que “la gente” sea menos pobre y no le dé por meterse donde no la llaman. ¡Oye, y ni la mínima mención!