Abc
Vi el Partido con un agiotista de Leganés que ni siquiera sabía que Carvajal es paisano suyo, pero había apostado, el hombre, cinco euros a la victoria del Madrid, y con esa pasión me salvó la noche, pues, en su compañía, pude prescindir de los gritos mustélidos de la locución “plusera” entre los carraspeos de Doña Croqueta.
Todo cuanto mi amigo leganense sabe de fútbol es lo que ha oído contar de Luis Ángel Duque en los bares del pueblo, y cree que todos los entrenadores son igual de divertidos que Duque.
En la banda, de levita y con la calva recién betunada, Zidane parece el vampiro de Murnau, pero no resulta divertido. Enfrente, Luis Enrique, pone cara de pescado de roca, pero nunca tuvo gracia, y además no consigue uno dejar de verlo llorar a moco tendido con el árbitro porque Tassotti le había pegado.
Aparte el resultado, lo mejor del espectáculo en el Campo Nuevo fue la performance en plan Fura dels Baus del número 14 en memoria de Johan Cruyff, con planos cenitales sobre las estantiguas culés.
Los catalanes tienen la superstición del 14: por 1714, no se sabe por qué (sólo se sabe que hicieron nacer al hijo de Messi a las 17,14), y por Cruyff, que llevaba el 14, un sino como el de Jenaro (Alfredo Landa), el de los 14, y hay que ver como una humorada de Cruyff, que no tragaba a esta directiva, el desenlace del homenaje.
–Gracias, Cruyff. Contigo empezó todo –fue el wasap más repetido entre la afición blanca.
El Barcelona de Luis Enrique salió a jugar contra el Madrid con temor reverencial, como lo hacía el Drean Team de Cruyff, que en el Bernabéu perdía siempre el Dream y se quedaba en el pequeño Tim de Dickens. Dado que enfrente estaba el Madrid, presa de idéntico temor reverencial al Barcelona, el primer tiempo fue lo que Ortega, en recurrente ortegada, llamaría “pelea de negros en un túnel”. En el campo corrían más Zidane y Luis Enrique que todos los futbolistas, y Messi, que tiene algo del Amadeus de Milos Forman, mostró desde el principio que tenía la noche de la risa tonta.
En nuestro fútbol, igual que ocurre en nuestra política, no hay analistas, sino propagandistas, y ahora toca decir que el Madrid ganará la Undécima. El Barcelona tiene a Messi, pero el Madrid tiene a Bale y a Casemiro. Bale es el Pegaso del madridismo, y Casemiro, el mástil al que se hace atar Odiseo (en esta metáfora, Odiseo es Zidane y somos todos) para no pegar a Sergio Ramos.
Tener de capitán de la Undécima a Ramos sería como tener de capitán de la Conquista a Lope de Aguirre (el de la cólera de Dios, de Sénder y Herzog).
Ramos es un defensa viejo, con más resabios que el caballo de Michaleen Flynn (Barry Fitzgerald) en “El hombre tranquilo”, cuyas fugas debe tapar Casemiro, que, ya puesto, debe tapar también las de Pepe.
La defensa del Madrid en manos de Ramos (con Pepe) es como la defensa de Europa en manos de la Otan, un vestigio folclórico de la guerra fría. El sábado se salvó porque, en la caída de Messi, al árbitro, que vio, como todo el estadio, penalti y expulsión, le faltó valor (luego lo compensó anulando el gol de Bale). “La gallina de piel”, que hubiera dicho Cruyff.
A favor de la Undécima, pues, veo que, si Ramos quiere jugar en el Madrid hasta los 39, como era la ilusión de Casillas, está obligado a obrar el milagro de ganarla.
EL CALDO DE GALLINA
Si el Madrid llegara a junio sin haber ganado nada, el 1-2 del Campo Nuevo sólo habría sido el caldo de gallina que por un momento reanima la faz del moribundo, pero de esto, en el entorno, sólo parece darse cuenta Zidane. En cuanto al probable triplete del Barcelona, el principio de verificación del Régimen dice que si a una gallina le das de comer un día, otro día y otro día, al día siguiente también le darás de comer. Sólo que la validez de una hipótesis no depende, según Popper, de las veces que se repita un experimento, pues basta un solo resultado negativo para probar su falsedad: al día siguiente, en efecto, a la gallina no le das de comer, sino que le cortas el pescuezo. Fútbol es fútbol.