miércoles, 6 de abril de 2016

El Barça ya tiene leyenda negra

El grito de Munch

Hughes
Abc

Durante la noche del martes, una vez finalizado el partido de Champions, se produjo un fenómeno curioso. Iba surgiendo en las redes sociales o en el whatsapp de cada cuál un tipo de individuo desconocido: el colchonero mourinhista. Eran como repentinas mutaciones.

Qué razón tenía este hombre...

Y un enlace que al pincharlo daba a la rueda de prensa de Mourinho, aquélla en la que lanzaba preguntas al aire como alguien a punto de volverse loco:

¿Pur qué Ovrebo, De Bleekere, Busacca, Stark...? ¿Pur qué?

Anoche reparamos en que el Barcelona es, con diferencia, el equipo con más rivales expulsados en la historia de la Champions League: 30, frente a los 20 del Bayern, o 16 del Arsenal y Real Madrid.

En Twitter surgió el reprobable hashtag #uefalona, en el que damnificados del criterio arbitral, sin duda resentidos, iban vertiendo su veneno.

En un partido contra el Chelsea, hace años, los ingleses protestaron seis penaltis, nada menos, y cuatro de ellos por mano. Al final del partido, Drogba perdió el tono diplomático: «Esto es una puta vergüenza», que en inglés tuvo que sonar aún peor. Se hizo famosa la foto en que señalaba al árbitro con los ojos fuera de las órbitas como si lo saludara en una rave. Era su forma desencajada de protestar.

Si uno va a Google y escribe «Pogba» y «Barcelona» lo siguiente que aparece no es «fichaje», ni «rumores», sino «rigore», penalti en italiano; el que protestan los juventinos porque en la final de Champions nunca se pitó. Una jugada indiscernible a cámara lenta, que aislada no se sabe si es judo o fútbol.

En italiano los penaltis no pitados se recuerdan más románticamente. No es lo mismo llorar un penalti que llorar un rigore.

Los rivales milanistas tienen la suya. Una eliminatoria contra el Barcelona, partido en el Camp Nou, un pase largo a Shevchenko que se va directo a portería y marca. Puyol no pudo seguirle, y no había fuera de juego. Pero el gol fue anulado, aunque en las imágenes se ve claro que Puyol tropezó. El gran capitán culé, ya en el suelo, decidió que lo mejor era agarrarse la pierna un poco por debajo de la rodilla y comenzar a rodar haciendo la croqueta. En Puyol se vio sorpresa. No fue su gesto el que engañó al árbitro, sino que fue el árbitro el que le obligó a hacer algo.

Ese gesto, refinado, lo haría Alves años después contra el Madrid en unas semifinales. Mourinho puso a Pepe en el centro del campo, de Anti Messi. Sonaba a herejía, era como querer interrumpir un discurso de Nelson Mandela. El planteamiento quedó desbaratado con su expulsión en el 62'.

No hubo falta de Pepe sobre Alves, no le tocó. Sólo haciendo scratch con la moviola como un dj podía parecerlo. Pero el scratch se hizo. Alves rodó hasta la banda como alguien con un cólico nefrítico intentando llegar a urgencias.

Una idea para un meme sería reunir todas las croquetas de los jugadores del Barcelona enlazadas. Son como seres saliendo de sus larvas. Es como si estuvieran inventando otra forma de moverse.

En ese partido, Busquets fingió una agresión de Marcelo. No fue un hito menor. Busquets es quien mejor se muere en el fútbol español. Incluso en la segunda amarilla de Torres teatralizó un poco la acción. La falta existe, pero él le da una extensión de credibilidad, como un eco dramático.

Busquets debutó en el 2008. En diciembre de ese mismo año, el Mundo deportivo sacó una noticia: «Busquets ya ha provocado dos expulsiones».

Busquets, excepcional futbolista, lo es durante todo el partido. Quizás sea una de las mejoras que Guardiola añadió a Cruyff. El fútbol más el otro fútbol. Un partido no tiene tiempos muertos. Lo que Quintano llamó las "Desdémonas" de Pep, mujeres de tragedia asesinadas por Otelo (Mourinho). El fútbol total-total (incluye también su parte acústica, el grito, la queja).

Busquets sigue el «sí mágico» de Stanislavski, una regla de interpretación que consiste en vivir lo imaginado como si fuera real. Para esto es necesario «jugar», jugar en el sentido teatral. De modo que Busquets, mágicamente, ¡reduplica el juego!

Así, cuando se siente agredido, rápidamente se mete en el personaje e interpreta la acción completa. Por ejemplo, en su entrada no sancionada en la primera parte ante el Atlético, Griezmann no grita. Error. Busquets se desploma, mira al cielo, cierra los ojos, grita y luego da vueltas en el césped como un enfermo en la cama. Es muy importante alcanzar la posición fetal muy rápido. Quizás en esta postura hay algo subconsciente, como el que busca la tranquilidad de la placenta. Quizás un árbitro se ve conmovido ante un hombre en posición fetal y tiende inconscientemente a protegerlo.

El «sí mágico» fue lo que le llevó a conseguir que en otras semifinales contra el Inter expulsaran a Motta.

Busquets llevaba ya un rato en el «sí mágico» y, con las manos en la cara por el dolor (quizás incluso por las lágrimas), dejó abrir una rendijita entre los dedos para enterarse de qué sucedía con el árbitro.

Uno de los más gloriosos memes que ha habido en internet aprovechó esa instantánea de Busi mirando por entre dos dedos como una ancianita detrás de su visillo y la colocó en el centro de «El grito de Munch».

Cuando le hacen falta, o incluso cuando no se la hacen, Busquets da el grito de Munch.

En los últimos años, el Barcelona ha jugado contra diez en nueve eliminatorias de la Copa de Europa, lo que ha desarrollado un cierto resquemor entre los rivales. Lo resumió una pancarta que hace años sostenía un seguidor milanista, sin duda «picajoso». El sistema táctico del Barcelona: un 4-3-3-3.

Contra el Atlético, el árbitro alemán Felix Brych no tuvo su mejor noche. Expulsó a Torres en el minuto 35, pero no a Busquets, ni a Suárez, autor de los goles, en ninguna de las dos ocasiones en que agredió al rival.

Al acabar el partido, Simeone, que no dudó en hablar de una «Liga peligrosamente preparada para el Madrid», no dijo lo que pensaba, incumpliendo el mandato cholista de la sinceridad. Sí habló Luis Filipe, que se quejó. Pero era Luis Filipe, y sonó un poco «mimimi luisfilipi».

No hubo una queja rotunda por parte del Atlético, quizás temiendo represalias disciplinarias de la UEFA. Tampoco habló de amaño cuando en su último enfrentamiento liguero en el Camp Nou jugó casi la mitad del partido con nueve.

Si Luis Suárez agrediera a los rivales vistiendo de blanco quizás habría ya una recogida de firmas en internet. Como mínimo un «Menéame». Y por supuesto, una moción de alguien en el Parlamento Europeo. Sería un «nueve» literalmente intolerable en el Madrid.

Anoche, tras el Barcelona-Atlético, hubo, por primera vez, un conato de hermanamiento, o al menos de cierta comprensión entre aficionados madrileños. El Barça puede lograr lo que no ha logrado Madrid.

También al nivel europeo, donde la barrera del idioma se supera con la inmediatez del vídeo. Un fan del Arsenal enseñaba aquella vez en que a Van Persie le expulsaron por tocar el balón tras un fuera de juego que no escuchó. Uno del Milan colgaba el penalti que le pitaron a su equipo antes incluso de sacarse el córner.

Son jugadas que adquieren el tono imposible y legendario del célebre jugador sordomudo expulsado por protestar en el Bernabéu. Al Barça le salen ya penaltis y tarjetas apócrifas.

Obrevo, Stark, Busacca, Brych... es verdad que no son Guruceta, suenan a recuerdo de boxeador sonado, o a personajes de Juego de Tronos, pero recitados de seguido ya empiezan a decir algo. Son como un relato B de la Champions, vivo solo en las catacumbas de los blogs. Como el amor de Lope: quien lo probó, lo sabe. Los agravios arbitrales acaban pareciendo siempre la nube de puntos de una conspiranoia.

El gran Barcelona de estos años ha conquistado la gloria europea, pero también su leyenda negra.