Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando Engels, su pagafantas, le puso pisazo en Londres, Marx solicitó la nacionalidad inglesa. Le devolvieron la petición con esta mención: “Este hombre no ha sido leal con su rey”. Vamos, que no era un gentleman.
Como se ve en lo de Cataluña, el marxismo es más de horda que de “gentlemen”.
–¿Qué es “hordas”? –me preguntó el otro día en el Festival de Chinchón una “erasmus” alemana que, desmayada a primera sangre, abandonó el callejón para sentarse bajo la lápida que recuerda los asesinatos “por las hordas marxistas de este pueblo” de un padre y su hijo en julio del 36.
La envié al “Tótem y tabú” del doctor Freud de Viena, y me olvidé de las hordas hasta que la mesnada anticapitalista de Mas proclamó la república catalana, lo que para los tertulianos no es sedición, sino “golpe de Estado” (el primer golpe de Estado en que los golpistas huyen del Estado), mientras los españoles asisten al espectáculo con la misma cara de tontos que esos piperos que pagan para ir al fútbol a cantar “¡Los jugadores / no sienten los coloresª!”
La movida catalana es el ctrl+alt+supr de la Santa Transición, pero el gobierno no se fía del sistema, y tiene una asesoría jurídica, que es el TC, para no repetir el penalti de Guruceta, que es el pánico que paraliza a gente que sólo lee el “Marca”.
De haber leído también a Marx, no perderían el tiempo llamando “golpistas” a esos sediciosos catalanes de pelo al hacha, pues el golpismo es para el buen marxista la forma científica de conquista.
¿Y Llach, que es riquísimo?
La famosa burguesía catalana es payesa. Y Llach, el cantautor millonario de la barretina frigia, es payés, como Mas y los Pujol, igualmente millonarios. Pero también esto lo vio venir Marx, que defendió la alianza táctica entre el proletariado de Romeva y el campesinado de Mas a fin de realizar “el coro sin el cual, en todas las naciones agrícolas, el solo de la revolución proletaria acaba siendo un canto fúnebre”.
Del coro al caño.