Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En España, donde lo que llaman fascismo, cuando no está prohibido, es obligatorio, la palabra fetiche es “democracia”. Pero ¿qué es para un español la democracia? Se lo dijo el doctor Iglesias (Pablemos, no Papuchi) a Percival Peter Manglano, ex consejero de Hacienda de Madrid:
–Quizá es duro de tragar para alguien de nombre aristocrático, pero la democracia y los derechos civiles nacieron con la guillotina.
Pablemos vive de las chuletas de Errejón, que vive de los apuntes del profesor Cotarelo, que es como ir a vendimiar y llevar uvas de merienda.
El profesor Cotarelo, que cae simpático porque tiene un aire entre Wyoming y Conesa, o sea, un Sartre de chocolatería, llegó una vez a “El Independiente” haciéndose cruces por las columnas de Tom Paine en el periódico (“no sabía que vivía”), que era entonces el seudónimo… de Trevijano.
Pablemos, que sale en un video enseñando a sus alumnos la teoría de la relatividad de Newton, cree que la democracia representativa, inventada por Hamilton en la segunda Constitución americana, es una cosa de Robespierre, que sería él, y Saint-Just, que sería Errejón, yendo por los pueblos con la guillotina en la “Kangoo” como van los afiladores gallegos con la piedra de afilar.
La democracia representativa nace del equilibrio entre el optimismo lockiano de Madison, con su canto a la libertad republicana, y el pesimismo hobbesiano de Hamilton, preocupado por el destino de la nación recién alumbrada en un mundo de lobos, como Inglaterra, Francia y… España, donde fue embajador John Jay, que vivió en Madrid de 1781 a 1783, cuatro antes de la democracia y nueve de la guillotina. Ante Floridablanca, Jay lamenta el desprecio de las letras de cambio americanas, necesarias para proveer a la visión de su amigo Hamilton: un Ejecutivo fuerte y músculo financiero para sostener un fuerte ejército. Y de estas necesidades, Pablemos, nació la única Constitución democrática del mundo, que ahí sigue, tan terne.