Novillo Lengüeta, de Javier Molina, lidiado el pasado 8 de julio en Las Ventas
José Ramón Márquez
El pasado mes de julio se dio en Las Ventas una fuerte novillada de Javier Molina, ganadería de La Unión de Criadores de Toros de Lidia con importantes aportaciones de sangre Domecq en sus venas, ante la que saltó cuan centella el matador de toros Julián López, Juli para el siglo taurómaco, para crear una pequeña tormenta doméstica reclamando para los novilleros ganado más dulce, menos agresivo y con mayor aptitud de 'toreabilidad'. Él, el torero que jamás se ha puesto, a sabiendas, delante de un toro con casta y que ha huido como un conejito de las ganaderías llamada ‘duras’, acudió presto en auxilio de la novillería declarando: “Me parece una auténtica vergüenza que un novillero se tenga que poner delante de un torazo... es ir en contra del futuro del toreo...” Claro es que cuando Juli dice ‘novillero’ se refiere a estos jóvenes que, en nuestros días, están arropados por una escuela, por unos padrinos y ponedores, a esos novilleros que llegan a Madrid con vestidos nuevos recamados en oro, como figuras, montados en furgonetas de marca y con una buena cantidad de novillos y toros matados a puerta cerrada para ir placeándose.
Llama la atención la sensibilidad de Juli para con los que empiezan, los que muy a duras penas llegarán a algo según nos muestra la pura estadística, y choca frontalmente esta visión del moderno novillero si se compara con lo que fue el aprendizaje del oficio hasta hace no tanto tiempo.
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