Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El nacionalismo es una doctrina que se inventó en Europa a principios del siglo diecinueve.
Ése es el célebre arranque de Elie Kedourie en su imprescindible “Nacionalismo”, al alcance de cualquier pipero por cinco euros en la Casa del Libro.
El nacionalismo, explicará luego Ernest Gellner, es un principio político según el cual la semejanza cultural es el vínculo social básico: “sólo” los miembros de la cultura apropiada pueden pertenecer a la unidad en cuestión, y “todos ellos” deben hacerlo.
–El nacionalismo es una sociedad anónima móvil que simula ser una acogedora comunidad cerrada.
La palabra más usada del léxico nacionalista es “despertar”.
–Deutschland, erwache!
¿Qué mejor modo de despertar a la Bella Durmiente del “separatisme” que una kermesse heroica en el Camp Nou?
Barcelona es históricamente la ciudad más flamenca de España, y lo de anoche en el Camp Nou, con los tercios de Mou en la ciudad, un “remake” de “La kermesse heroica”, la comedia francesa del belga Jacques Feyder, con la prensa del Régimen escupiendo cáscaras de pipas para apagar el incendio independentista.
El Barça planteó el “Clásico” como el espectáculo de una España de monjes y de soldados contra una Cataluña de trovadores y comerciantes.
Después de todo, ¿qué es el tiquitaca, más que la metáfora balompédica del regateo (“Tienes que regatear”, le dice a Brian, perseguido por los romanos, el vendedor de calabazas) del “botiguer” en su “botiga”?
–¡Que es un Barça-Madrid, no un Cataluña-España! –dice la prensa madrileña a los madrileños, que no han hecho nada, salvo mosquearse con unos jugadores, los suyos, que, como dice Hughes, han hecho con esta Liga lo que Perico en Luxemburgo.
El independentismo culé representado en el Camp Nou es la imagen de una Cataluña decidida a convertirse en el extranjero del pobre.
También en Madrid hay indicios de un empeño mediático por introducir la adormidera nacionalista en el jardín del fútbol. Por ejemplo, con la fetichización de la cantera, que es el nacionalismo del pobre.
Se empieza en la cantera y se acaba en la nación: Morata por Benzemá, y por Cristiano, Callejón, sueño pipero imposible por culpa de Mou, hecho un “duce” del vestuario que ha abortado la carrera intelectual de Sergio Ramos, a quien no deja expresarse a su estilo, que debe de ser el de don Marcelino Menéndez Pelayo, titán de la españolidad. Los tontos útiles, los compañeros de viaje y los poetas muertos del valdanismo insisten en esta tesis, que ya nos ha llevado, de momento, a presenciar lo inaudito: una ovación pipera del Bernabéu a Silva, por español, que todavía no ha recibido Cristiano, por portugués.
–¿Es que va a venir un portugués a enseñarme a mí de fútbol?
Que así recibió a Mourinho un caballero, socio del Madrid, que promociona abonos de fútbol con una película animando a donar esperma a los aficionados del Getafe para que el “espíritu azulón se contagie”.
“ME GUSTA ESTAR EN MADRID”
Mientras Gaspart declaraba que su justificación en esta vida es perjudicar como pueda al Madrid, el periodismo de investigación acusaba a Mourinho de tener jugadores de confianza, como Essien, a quien confiaría sus hijos, o Pepe, a quien confía su equipo. “¿Cómo puede un entrenador del Madrid confiar más en Pepe, que es portugués, que en Xavi, que es español de Tarrasa?”, se escandalizan los mismos sabuesos que dejaron escapar la declaración más importante de Mourinho antes del Clásico: su “me gusta estar en Madrid”, razón por la cual viajaron a Barcelona en el día del partido.