Fue a finales de abril de 1938. Un día me llamaron del cuartel
general del batallón, donde un cierto teniente me saludó. "Harry", dijo,
"tenemos para ti un trabajo que deberías hacer esta misma noche".
Después prosiguió llanamente: "Hay un soldado que ha desertado tres
veces, y queremos que tú le dispares mientras duerme. Todo el asunto no
te llevará más de unos pocos minutos.
Harry Fischer. Camaradas, relatos de un brigadista.
La victima tenía nombre y apellido: Bernard Abramofsky y pertenecía,
como Harry Fischer, a la Brigada Lincoln. Harry se negó a disparar a un
dormido. "No he venido a España a matar americanos", dijo. Lo que más le
dolió fue que la orden procedía del comisario de la brigada, una
persona en la que hasta entonces había confiado ciegamente. Salió del
cuartel confundido. Al poco rato se le acercó su amigo John Murra. Venía
temblando. A él también le habían hecho la misma proposición y también
se había negado. Estaban los dos apoyados en una tapia que separaba dos
granjas. En el horizonte, a unos cincuenta kilómetros, tenía lugar un
dramático duelo de artillería. Pero fueron capaces de percibir,
sobrepuesto al fragor de los cañonazos, un disparo. Ambos comprendieron
qué había pasado. Se separaron sin decir palabra.