La hamburguesa más picante del mundo
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Ignacio Ruiz Quintano
Abc
He tenido la suerte de conocer (no por mi oficio, ontológicamente alejado del dinero) a un millonario, en el sentido americano del término.
Los americanos sólo lo toman a uno por millonario si, jugando al mus, por ejemplo, eres capaz de asomar la lengua para participarle a Amancio Ortega tus tres ases.
Bien, pues mi millonario es capaz de eso y de ventilarse una hamburguesa, la más picante del mundo, que sirven en una taberna de San Antonio, en Texas, previa firma en un papel que exime al local de las consecuencias.
Él me invita en Madrid a cenar (para un periodista empieza a ser la única posibilidad de hacerlo) y yo le correspondo con un libro de toros, pues tampoco es cosa de regalarle una Biblia que le recuerde que los pobres heredarán la Tierra y que los ricos no entrarán al Reino de los Cielos.
–¡Ah, los toros! A los mexicanos todavía les gusta eso. Hará treinta años que lo dejé. ¿Sigue igual?
–Básicamente, sí. Entonces se decía que algunos toreros tenían a periodistas en nómina y ahora se dice que algunos periodistas tienen en nómina a toreros. De hecho, serían las únicas nóminas que quedan en España.
La idea de “nómina” escapa al millonario, perplejo ante tantos jóvenes de iniciativa que no saben ver en la crisis la oportunidad de hacerse… millonarios.
–El secreto es “reinventarse”, pero aquí no se “reinventa” nadie. Éste es un país raro. Ahora leí en el periódico que los sindicatos cobran del Estado. ¿Eso es así? ¡Alguien les está tomando a todos ustedes el pelo!
España es un teatrillo donde lo menos bufo es el descamisado Toxo negando un kilo de patatas a los voluntarios de Caritas.
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He tenido la suerte de conocer (no por mi oficio, ontológicamente alejado del dinero) a un millonario, en el sentido americano del término.
Los americanos sólo lo toman a uno por millonario si, jugando al mus, por ejemplo, eres capaz de asomar la lengua para participarle a Amancio Ortega tus tres ases.
Bien, pues mi millonario es capaz de eso y de ventilarse una hamburguesa, la más picante del mundo, que sirven en una taberna de San Antonio, en Texas, previa firma en un papel que exime al local de las consecuencias.
Él me invita en Madrid a cenar (para un periodista empieza a ser la única posibilidad de hacerlo) y yo le correspondo con un libro de toros, pues tampoco es cosa de regalarle una Biblia que le recuerde que los pobres heredarán la Tierra y que los ricos no entrarán al Reino de los Cielos.
–¡Ah, los toros! A los mexicanos todavía les gusta eso. Hará treinta años que lo dejé. ¿Sigue igual?
–Básicamente, sí. Entonces se decía que algunos toreros tenían a periodistas en nómina y ahora se dice que algunos periodistas tienen en nómina a toreros. De hecho, serían las únicas nóminas que quedan en España.
La idea de “nómina” escapa al millonario, perplejo ante tantos jóvenes de iniciativa que no saben ver en la crisis la oportunidad de hacerse… millonarios.
–El secreto es “reinventarse”, pero aquí no se “reinventa” nadie. Éste es un país raro. Ahora leí en el periódico que los sindicatos cobran del Estado. ¿Eso es así? ¡Alguien les está tomando a todos ustedes el pelo!
España es un teatrillo donde lo menos bufo es el descamisado Toxo negando un kilo de patatas a los voluntarios de Caritas.
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