Hughes
Cuando me he lanzado en el sofá para poner la tele, con el mismo gesto con que Sergei Bubka vencía el obstáculo, no he entendido nada. Yo pensaba que el Madrid jugaba la vuelta de su eliminatoria anterior en el Bernabéu. No reconocía Chamartín en las imágenes, ni me explicaba qué hacía Mourinho en ese banquillo penitencial. ¿Otro castigo? La información ambiental sobre lo madridista viene estando dominada por el silenzio stampa y la reacción periodistil, tan furiosa, y yo llevaba días huyendo de toda locución, redacción o exudación deportiva.
La primera parte me la he pasado preguntándome si habría algún tuit así: "apoelos, oé, apoelos, oé, apoelos, oé, apoeoeoeoeoé". Supuse que habiendo tanta inteligencia allí es casi seguro que eso habría sido hashtag hace días y que empiezo a ser a twitter lo que Martín Ferrand al no twitter.
Pensaba yo si no se decía Hapoel en lugar de Apoel, pero luego he caído, preparándome el postre, que el Hapoel era israelí y que estos son de Chipre. Tras ello he meditado sobre mi profunda ignorancia geográfica y he tratado de recordar la infantil familiaridad con el atlas, pues llega un momento en la vida en que el hombre decide que ya sabe suficiente sobre geografía, sepa mucho o poco. Supongo que es cuando el hombre se echa al mundo.
Era Apoel, y el lugar era ¿Nicosia? El realizador televisivo, quizá pensando en la gente como yo, sostenía planos del público para que nos familiarizásemos con la realidad étnica. Había chipriotas muy guapas y ha habido un momento en que la cámara se lanzaba en zoom sobre unos ojos verdes de mujer.
Ese tipo de alardes televisivos en España se permitían en los torneos veraniegos. Ahora es impensable. Cada segundo televisivo forma parte del partido y en un Madrid-Barcelona el realizador juega un papel de narrador político, de marco institucional, y unos ojos verdes serían un romántico armisticio.
Era Champions, sí, pero menos.
Manolo Sanchís advertía al espectador de que no sólo no era Champions, sino que el Apoel tampoco era chipriota, porque estaba formado por brasileños y portugueses, raza nefanda.
Sauca y Sanchís son como los Tip y Coll de la obviedad. Sauca narra y Sanchís apostilla con una propensión nunca realizada hacia lo tautológico. Sanchís roza ese absurdo y comenta a Sauca cayendo en lo de Sauca pero con un alejamiento marginal y siempre, siempre, en el territorio hilarante de la obviedad. El talento de Sanchís es rozar la tautología, como se roza una zona erógena.
Sanchís ha dicho que la vida del portero es compleja y que el suplente afronta un peregrinaje.
Sanchís y Míchel y también Butragueño son un surrealismo. La manera descoyuntada, inconexa y formalista con la que el Madrid repondió al palabreo del fútbol recitado.
¿Y el partido? Hasta Messi, la Copa de Europa se ha ganado cuando el equipo ha sido capaz de mantener la portería a cero. El Madrid es mejor equipo por la manera que tiene de ocupar el campo nada más salir, con la inteligencia táctica con que las más listas cogen el 60% de la superficie de la cama de matrimomio:
-Amor, te posicionas en esta cama mejor que el Madrid de Mou.
De salida el Madrid ya es un orden, y orden y posesión es una forma de unanimidad y de totalitarismo. Claro que al totalitarismo culé lo llaman poesía.
La banda izquierda del Madrid está llena de afluentes y özil lleva botas chillonas para enseñarnos a caminar y para que sepamos dónde se mete a veces.
¿Por qué Kaká parece que sólo caliente brazos, con ese gesto de nadador antes del chapuzón?
La vida lacia de Kaká hace que hasta sus hazañas nos parezcan poca cosa. Hay algo inadvertido en su facilidad, una distensión de exfutbolista.
Cristiano, cuando falla, da golpes al césped, como los niños cuando empiezan a caminar y se dan golpes y azotan el suelo.
El entrenador del Apoel gesticulaba con la mueca preferida del entrenador, que es la cavilación preocupada. Por eso los entrenadores empiezan a tener todos el pelo blanco.
Y yo me imaginaba mientras a Vicente Del Bosque en su casa tomando danacoles.
Lo mejor del Madrid ha sido Sahin, con sus exquisitas aperturas y su ritmo en el acompañamiento. El aficionado intuye desde su sofá cuándo el empeine del futbolista está caliente. Sahin tiene una capacidad extraordinaria para participar en la jugada, juego de hilandera, añadiendo al toque el recorrido.
Unos madridistas del Oriente Próximo (¡constante lección de geografía!) celebraban un gol de Benzemá y yo me acordaba de Florentino, que internacionalizó el madridismo antes de que se lo comiesen en el Txistu. Sanchís y Sauca dialogaban -como dándose la razón, que es como dialogan ellos- sobre Arbeloa y el realizador, ya claramente extranjero, alargaba un zoom sobre el escudo de su camiseta blanca, sobre el intolerable blasón a la altura de nuestros corazones.
En Los Objetos Impares
Cuando me he lanzado en el sofá para poner la tele, con el mismo gesto con que Sergei Bubka vencía el obstáculo, no he entendido nada. Yo pensaba que el Madrid jugaba la vuelta de su eliminatoria anterior en el Bernabéu. No reconocía Chamartín en las imágenes, ni me explicaba qué hacía Mourinho en ese banquillo penitencial. ¿Otro castigo? La información ambiental sobre lo madridista viene estando dominada por el silenzio stampa y la reacción periodistil, tan furiosa, y yo llevaba días huyendo de toda locución, redacción o exudación deportiva.
La primera parte me la he pasado preguntándome si habría algún tuit así: "apoelos, oé, apoelos, oé, apoelos, oé, apoeoeoeoeoé". Supuse que habiendo tanta inteligencia allí es casi seguro que eso habría sido hashtag hace días y que empiezo a ser a twitter lo que Martín Ferrand al no twitter.
Pensaba yo si no se decía Hapoel en lugar de Apoel, pero luego he caído, preparándome el postre, que el Hapoel era israelí y que estos son de Chipre. Tras ello he meditado sobre mi profunda ignorancia geográfica y he tratado de recordar la infantil familiaridad con el atlas, pues llega un momento en la vida en que el hombre decide que ya sabe suficiente sobre geografía, sepa mucho o poco. Supongo que es cuando el hombre se echa al mundo.
Era Apoel, y el lugar era ¿Nicosia? El realizador televisivo, quizá pensando en la gente como yo, sostenía planos del público para que nos familiarizásemos con la realidad étnica. Había chipriotas muy guapas y ha habido un momento en que la cámara se lanzaba en zoom sobre unos ojos verdes de mujer.
Ese tipo de alardes televisivos en España se permitían en los torneos veraniegos. Ahora es impensable. Cada segundo televisivo forma parte del partido y en un Madrid-Barcelona el realizador juega un papel de narrador político, de marco institucional, y unos ojos verdes serían un romántico armisticio.
Era Champions, sí, pero menos.
Manolo Sanchís advertía al espectador de que no sólo no era Champions, sino que el Apoel tampoco era chipriota, porque estaba formado por brasileños y portugueses, raza nefanda.
Sauca y Sanchís son como los Tip y Coll de la obviedad. Sauca narra y Sanchís apostilla con una propensión nunca realizada hacia lo tautológico. Sanchís roza ese absurdo y comenta a Sauca cayendo en lo de Sauca pero con un alejamiento marginal y siempre, siempre, en el territorio hilarante de la obviedad. El talento de Sanchís es rozar la tautología, como se roza una zona erógena.
Sanchís ha dicho que la vida del portero es compleja y que el suplente afronta un peregrinaje.
Sanchís y Míchel y también Butragueño son un surrealismo. La manera descoyuntada, inconexa y formalista con la que el Madrid repondió al palabreo del fútbol recitado.
¿Y el partido? Hasta Messi, la Copa de Europa se ha ganado cuando el equipo ha sido capaz de mantener la portería a cero. El Madrid es mejor equipo por la manera que tiene de ocupar el campo nada más salir, con la inteligencia táctica con que las más listas cogen el 60% de la superficie de la cama de matrimomio:
-Amor, te posicionas en esta cama mejor que el Madrid de Mou.
De salida el Madrid ya es un orden, y orden y posesión es una forma de unanimidad y de totalitarismo. Claro que al totalitarismo culé lo llaman poesía.
La banda izquierda del Madrid está llena de afluentes y özil lleva botas chillonas para enseñarnos a caminar y para que sepamos dónde se mete a veces.
¿Por qué Kaká parece que sólo caliente brazos, con ese gesto de nadador antes del chapuzón?
La vida lacia de Kaká hace que hasta sus hazañas nos parezcan poca cosa. Hay algo inadvertido en su facilidad, una distensión de exfutbolista.
Cristiano, cuando falla, da golpes al césped, como los niños cuando empiezan a caminar y se dan golpes y azotan el suelo.
El entrenador del Apoel gesticulaba con la mueca preferida del entrenador, que es la cavilación preocupada. Por eso los entrenadores empiezan a tener todos el pelo blanco.
Y yo me imaginaba mientras a Vicente Del Bosque en su casa tomando danacoles.
Lo mejor del Madrid ha sido Sahin, con sus exquisitas aperturas y su ritmo en el acompañamiento. El aficionado intuye desde su sofá cuándo el empeine del futbolista está caliente. Sahin tiene una capacidad extraordinaria para participar en la jugada, juego de hilandera, añadiendo al toque el recorrido.
Unos madridistas del Oriente Próximo (¡constante lección de geografía!) celebraban un gol de Benzemá y yo me acordaba de Florentino, que internacionalizó el madridismo antes de que se lo comiesen en el Txistu. Sanchís y Sauca dialogaban -como dándose la razón, que es como dialogan ellos- sobre Arbeloa y el realizador, ya claramente extranjero, alargaba un zoom sobre el escudo de su camiseta blanca, sobre el intolerable blasón a la altura de nuestros corazones.
En Los Objetos Impares