al escote de Susana Estrada
Jorge Bustos
Viernes de Dolores, las primeras tallas dolientes son sacadas en procesión y uno decide sacarse a sí mismo para pasear la cojera pertinaz y apenas dolorosa, para procesionar bajo la floración luminosa de un Madrid bullente, más pascual que cuaresmal, al que no le ha costado nada el tránsito de una cierta astrosidad sindical a la rotunda lozanía de los muslos en flor. Sale uno de su encierro, de su toril de convaleciente mansurrón, y se aventura sin muleta por los aledaños de la Puerta del Sol para maravillarse como un paleto de cada mimo tiznado de bronce, de los clanes guiris eternamente timables, de los estudiantes absentistas sin remordimiento ninguno y del trote escandalosamente grácil de las chavalas nuevas, las niñas de todas las primaveras a las que no hay modo de acostumbrarse, oigan: cada año nos vuelve a coger desprevenidos esta irrupción fragante, ajena a su propio embrujo, millonaria en vistazos, generosa de piel ya bronceada, que uno no sabe cómo les ha dado tiempo a tostarse si parecen recién licenciadas en los sombríos cuarteles del invierno para sojuzgar al paseante desavisado. Ayer, por cierto, se celebraba el Día Internacional del Escote. Lo juro.
Vamos pisando con cuidado, criando otra vez el gemelo derecho en cada paso...
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