jueves, 29 de marzo de 2012

Don Carlos Marx

Julio Camba
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Julio Camba


Es posible que el marxismo esté adueñándose del mundo; pero cuando yo oigo vocear en la Puerta del Sol el Manifiesto Comunista de don Carlos Marx a treinta céntimos, pienso que es la propia Puerta del Sol quien va adueñándose del marxismo. ¡Don Carlos Marx!... El gran doctrinario del internacionalismo adquiere con este “don” carta de ciudadanía madrileña y se convierte en uno de los nuestros. Para entrar en España no le ha quedado más remedio que españolizarse y hoy es como un señor cualquiera que acostumbrase a tomar café en el Universal o el Puerto Rico. Es un notario, o un catedrático de Instituto, o un jefe de administración, o tal vez un diputado socialista. Es, en fin, uno de estos buenos burgueses que abundan tanto en Madrid, y se llama don Carlos Marx.

¡Don Carlos Marx!... Este “don” que, en condiciones análogas, nunca se le aplica a un extranjero –¿quién ha oído vocear en la Puerta del Sol las obras de don Manuel Kant o las de don Guillermo Shakespeare?–, implica, a la vez, familiaridad y respeto. Implica que el autor de El capital se ha avecindado espiritualmente en Madrid, que está ahí mismo, en la Casa del Pueblo, esto es, a dos pasos, como quien dice, y que los vendedores le conocen perfectamente; pero también implica que en el socialismo hay jerarquías y que don Carlos Marx no es un compañero cualquiera.

¡Qué ha de ser un compañero cualquiera el hombre que usa unas barbas tan imponentes y un estilo tan enrevesado! Porque Carlos Marx odiaba todos los privilegios burgueses, pero no hubiera renunciado a sus barbas por nada del mundo. Era un evangelista de la igualdad social, pero se expresaba en una forma perfectamente pedantesca y no tenía el menor interés en llegar al corazón del pueblo.

Teóricamente, los vendedores de la Puerta del Sol debieran tutear a Carlos Marx, pero hay personas con las que el tuteo resulta de todo punto impracticable, y yo recuerdo a un amigo mío que, habiendo entrado, por alianza matrimonial, en la familia de su jefe político y viéndose obligado a tratarlo de tú, no tuvo nunca el arranque necesario para hacerlo de manera directa, y apenas si, con mucho trabajo, logró, al cabo del tiempo, irlo tuteando por teléfono. ¿Cómo tutear a un hombre tan huero, tan solemne y tan pomposo como don Segismundo Moret? Y ¿cómo tratar llanamente y de igual a igual a aquel gran pelmazo de Carlos Marx?

Por instinto, el pueblo sabe que no es uno de los suyos, y ese “don” inconsciente, ese “don” que, de una manera tan espontánea, le ha salido en la Puerta del Sol al fundador del marxismo, lo revela bien a las claras.

Por lo que a mí respecta, confieso que, doctrinas aparte, la figura de Carlos Marx no me ha inspirado nunca la menor simpatía. Mucho más humana, aunque mucho más pequeña, me parece, en cambio, la figura de Pablo Iglesias. Para mí, Carlos Marx no es, en realidad, más que una teoría con barbas. En cuanto a Pablo Iglesias, a veces me parece uno de aquellos apóstoles sencillos e ignorantes que acompañaban a Jesucristo, y, otras veces, me lo represento a la manera de un cacique gallego como Montero Ríos o Bugallal.

Maneras de ser español
Ediciones Luca de Tena, 2008


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