martes, 13 de marzo de 2012

Mendigos y millonarios

Trece vagabundos hacen de 'antenas humanas' de Wi-Fi
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Julio Camba

Parece que va en serio esto de la recogida de mendigos. Me alegro. Así se convencerán por fin en el extranjero de que esos grupos de lisiados que, en formación tan artística, solían decorar nuestras vías principales, no estaban subvencionados por el Ayuntamiento. En todo el mundo hay lisiados, pobres y menesterosos y, el que nosotros también tengamos algunos, no es para hacer tantos alardes. Después de todo, nuestros mutilados no tienen, ni mucho menos, un origen heroico como los de aquellos países que sufrieron directamente los horrores de la guerra. Por lo general, son producto del pauperismo, del alcohol, de la falta de higiene y de las reyertas tabernarias. Mutilados de mus y de tute, de la aventura de a duro y de la jugada de dos pesetas. En Francia, en Alemania y en Inglaterra cogen a los mutilados, les ponen unas medallas en el pecho y los colocan de servicio en los lavabos de hoteles y restaurantes. No es, desde luego, una vejez muy gloriosa la que se asegura de este modo a los antiguos combatientes, pero eso, por lo menos, segura y tranquila. En cuanto a la costumbre de formar cuadros plásticos con los cojos, ciegos, mancos y tullidos exhibiéndolos del modo más ostentatorio en plena vía pública e interrumpiendo al efecto la circulación de viandantes, ningún país más que el nuestro la ha practicado todavía hasta ahora.

Me alegro de que vaya en serio la recogida de mendigos. En otra ocasión yo pedí que se recogiese también a los millonarios, pero esta especie ha ido desapareciendo de entre nosotros a tal velocidad que, hoy por hoy, se la puede considerar ya como prácticamente extinguida. Fíjense ustedes en esas dos o tres supervivencias de potentados que quedan todavía en España. A mí, dicho sea con todos los respetos debidos, me producen el efecto de la jirafa, animal absurdo que la Naturaleza se encuentra, al parecer, arrepentidísima de haber creado y que, según todas las autoridades en la materia, está llamado a desaparecer en un porvenir muy próximo.

Hay que limitar, por tanto, la recogida a la clase de mendigos, y que no se alarmen los partidarios del color local si nuestras autoridades proceden en el asunto con la debida energía. El mendigo madrileño es, generalmente, un pequeño menestral de la mendicidad, que ejerce su oficio de mala gana, como ejercería de mala gana otro oficio cualquiera. No tiene vocación, no tiene tradición, no tiene carácter, no tiene nada. Muchas veces trabaja a sueldo de un industrial que se propone acaparar los sentimientos caritativos de las señoras en tal o cual sector de la urbe lanzando allí un enjambre de mendigos y no es raro que, en alguna ocasión, considere mal retribuidos sus esfuerzos y se declare en huelga.

En los pueblos, y especialmente en los pueblos de mi país gallego, todavía hay grandes mendigos que sienten toda la nobleza y toda la ruindad de su misión sobre la tierra y cuya voz se escucha siempre como una voz sagrada.

Si es cierto que Homero fué un mendigo -piensa uno al verlos- ha debido de ser un mendigo así, y no un mendigo al modo de los mendigos madrileños.

Los mendigos madrileños, realmente, tienen muy poco de homérico. En el mejor de los casos, sólo servirán de motivo para hacer literatura picaresca y, hoy por hoy, la picaresca puede muy bien prescindir en España del concurso de los mendigos.


Manolo Lama reporteando a un mendigo en la cumbre de su carrera
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