Padilla en Úbeda, la víspera de la cogida de Zaragoza
Hughes
El 4 de marzo vuelve a los ruedos el maestro Juan José Padilla. Será en la Feria de Olivenza, junto a Morante y José María Manzanares y ante reses de Cuvillo. Le hemos visto antes en alguna entrevista y en las ruedas de Prensa, perfilado, con su cara de media luna y su gesto virado, enseñando un perfil estupefacto y espantado, su larga mueca de haber visto las postrimerías y, junto a ese perfil, otro diurno, hermoso, que mostraba una sonrisa feliz, proyectadora y social. El Padilla luminoso que prometía un nuevo Ciclón de Jerez.
Y ese ciclón vuelve en la feria en la que retornaron antes Ortega Cano, Espartaco o Paco Ojeda. A los costurones, cicatrices y terrores psicológicos de las cogidas aquí hay que añadir el parche, que es un elemento que añade novelería a la portentosa hazaña de torear, de hacerlo, además, tras una cogida en la que el pitón del toro, como un dios animal y mitológico, separó luz y tinieblas.
Se fue un torero con dos cojones y vuelve un torero con dos cojones y dos caras, con rostro de claroscuro.
Dijo alguien que el toreo no relumbra si no es con los ojos cerrados y Padilla va a atacar su profesión desde una oscuridad en la que siempre estén brillando formas, soñándose faenas.
Porque en su ojo, que sanará pronto, habrá una vida de la inteligencia.
En los primeros cimbreos de su toreo de salón, Padilla habrá descubierto una música distinta de los movimientos, enderezados por un silencio. Una gravedad silenciosa que le determine. Seguro que su toreo tiene un mutismo mayor, más seriedad si cabe.
Su mundo empequeñecido lo tiene que estar mirando mejor, Padilla, con una mirada más exacta, y cuando gire o estire su cuello para un mejor ver, para recoger siempre al toro, le estará respondiendo a sus cabeceos de embestida, como jirones parejos y picassianos, en un diálogo de cabezas y perfilamientos.
Va a mirar al toro doblemente, Padilla, con un ojo de Polifemo terrible, y con un ojo oscuro de mirada lunar, que le enseñe al toro la cara de la muerte que él lleva prendida en los pitones. Responderá a la media luna del astado con la media luna de su cara sabia y desdoblada de hombre que lleva un luto en el rostro y a la vez una vida pletórica, decidida y encarrilada, el misticismo de su mirada recogida y concreta, y la determinación clarividente de verlo todo y no estar viéndolo, y de luchar con el mayor esquematismo contra las mayores formas. De responder a una noche con otra noche, dando vida y muerte en los dos perfiles, como un tango de sí mismo, dejando una mirada negra que entenebrecerá las cosas para que brillen más. Torero absoluto de la españolidad.
Torero demediado, torero de un gesto, con una cierta mudez de película antigua, llevará frío en el rostro, y el susto de estar a punto de la cogida y a la vez la dulzura de todos los propósitos, de todo su vitalismo cristiano, gracioso y jerezano.
Está más allá del valor, Padilla, y ya no vemos valor en su rostro. Vemos humanidad y pasmo.
En La columna de Hughes
El 4 de marzo vuelve a los ruedos el maestro Juan José Padilla. Será en la Feria de Olivenza, junto a Morante y José María Manzanares y ante reses de Cuvillo. Le hemos visto antes en alguna entrevista y en las ruedas de Prensa, perfilado, con su cara de media luna y su gesto virado, enseñando un perfil estupefacto y espantado, su larga mueca de haber visto las postrimerías y, junto a ese perfil, otro diurno, hermoso, que mostraba una sonrisa feliz, proyectadora y social. El Padilla luminoso que prometía un nuevo Ciclón de Jerez.
Y ese ciclón vuelve en la feria en la que retornaron antes Ortega Cano, Espartaco o Paco Ojeda. A los costurones, cicatrices y terrores psicológicos de las cogidas aquí hay que añadir el parche, que es un elemento que añade novelería a la portentosa hazaña de torear, de hacerlo, además, tras una cogida en la que el pitón del toro, como un dios animal y mitológico, separó luz y tinieblas.
Se fue un torero con dos cojones y vuelve un torero con dos cojones y dos caras, con rostro de claroscuro.
Dijo alguien que el toreo no relumbra si no es con los ojos cerrados y Padilla va a atacar su profesión desde una oscuridad en la que siempre estén brillando formas, soñándose faenas.
Porque en su ojo, que sanará pronto, habrá una vida de la inteligencia.
En los primeros cimbreos de su toreo de salón, Padilla habrá descubierto una música distinta de los movimientos, enderezados por un silencio. Una gravedad silenciosa que le determine. Seguro que su toreo tiene un mutismo mayor, más seriedad si cabe.
Su mundo empequeñecido lo tiene que estar mirando mejor, Padilla, con una mirada más exacta, y cuando gire o estire su cuello para un mejor ver, para recoger siempre al toro, le estará respondiendo a sus cabeceos de embestida, como jirones parejos y picassianos, en un diálogo de cabezas y perfilamientos.
Va a mirar al toro doblemente, Padilla, con un ojo de Polifemo terrible, y con un ojo oscuro de mirada lunar, que le enseñe al toro la cara de la muerte que él lleva prendida en los pitones. Responderá a la media luna del astado con la media luna de su cara sabia y desdoblada de hombre que lleva un luto en el rostro y a la vez una vida pletórica, decidida y encarrilada, el misticismo de su mirada recogida y concreta, y la determinación clarividente de verlo todo y no estar viéndolo, y de luchar con el mayor esquematismo contra las mayores formas. De responder a una noche con otra noche, dando vida y muerte en los dos perfiles, como un tango de sí mismo, dejando una mirada negra que entenebrecerá las cosas para que brillen más. Torero absoluto de la españolidad.
Torero demediado, torero de un gesto, con una cierta mudez de película antigua, llevará frío en el rostro, y el susto de estar a punto de la cogida y a la vez la dulzura de todos los propósitos, de todo su vitalismo cristiano, gracioso y jerezano.
Está más allá del valor, Padilla, y ya no vemos valor en su rostro. Vemos humanidad y pasmo.
En La columna de Hughes
Úbeda, octubre de 2011