Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Martes, hacia las tres de la tarde. Cruce de Serrano y Goya, nudo de la Milla de Oro. Corrillo de gente moviéndose al capricho de… una rata.
–Puede que veamos en la rata no sólo el deterioro de nuestros bienes, la mancha, la mordedura, la peste, sino también una de las encarnaciones de la justicia a la que desde lo más hondo de nosotros, sin saberlo, apelamos.
Eso nos dejó dicho Pierre Gascar, periodista que no pasó por el garaje de Steve Jobs.
En la Milla de Oro no es la rata la que se mueve abrumada por el corrillo de gente, sino el corrillo de gente el que se mueve abrumado por la rata, encarnación de la justicia poética: España bailando alrededor de una rata.
Una España benaventina (Benavente escribía subido a una silla, a lo Morante, porque en la habitación había un ratón) haciendo el número de la silla ante la ratocracia etarra, mientras “Sol ilumina medio mundo”, gramática (palabra que da origen a “glamour”) incluida.
Que se desenrosquen la boina, recomienda un gurú del Gurugú a quienes se guaseen de los albigenses de Sol. Y pienso en Pradera, que nos tradujo, el hombre, el Touchard, aunque tan lleno de “por consiguientes” que la muletilla se le pegó a su amigo Gonzalón, que la contagió a todos los españoles.
¿Qué pensará Pradera al leer los análisis políticos del de la boina sobre una tropilla de albigenses haciendo el gamberro en la Puerta del Sol?
El gamberreo es un elemento constitutivo de la masa española, la forma de su emotividad. Con Franco tirábamos una cabra desde el campanario de Manganeses de la Polvorosa y con Zapatero estrellamos grafitis sesentayochistas en los adoquines de Sol, más la requisa popular de ese hotel de la calle de Carretas que viene mereciendo la misma atención mediática desde un punto de vista progresista que si se tratara de la casa de Cebrián en La Moraleja.
Bossuet (¡qué difícil era este tío en nuestro libro de francés!), muy de mañana, recibe de un capellán las nuevas de Londres: “Cromwell decapitó al Rey”. Bossuet abre la ventana, se acoda en la nieve del poyete, mira a lo lejos y calla. “¿Qué miráis, Monseñor?”
–Estoy mirando la señal que le hace la Providencia al reino.
A uno sólo le es dado mirar la señal de la rata en la Milla de Oro, ese momento shakesperiano en que la confusión consuma su obra maestra, pues tampoco faltan unos momentos Disney de compasión hacia la rata por parte de un caballero atildado que lleva bajo el brazo un periódico con el aquelarre de San Sebastián...
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Abc
Martes, hacia las tres de la tarde. Cruce de Serrano y Goya, nudo de la Milla de Oro. Corrillo de gente moviéndose al capricho de… una rata.
–Puede que veamos en la rata no sólo el deterioro de nuestros bienes, la mancha, la mordedura, la peste, sino también una de las encarnaciones de la justicia a la que desde lo más hondo de nosotros, sin saberlo, apelamos.
Eso nos dejó dicho Pierre Gascar, periodista que no pasó por el garaje de Steve Jobs.
En la Milla de Oro no es la rata la que se mueve abrumada por el corrillo de gente, sino el corrillo de gente el que se mueve abrumado por la rata, encarnación de la justicia poética: España bailando alrededor de una rata.
Una España benaventina (Benavente escribía subido a una silla, a lo Morante, porque en la habitación había un ratón) haciendo el número de la silla ante la ratocracia etarra, mientras “Sol ilumina medio mundo”, gramática (palabra que da origen a “glamour”) incluida.
Que se desenrosquen la boina, recomienda un gurú del Gurugú a quienes se guaseen de los albigenses de Sol. Y pienso en Pradera, que nos tradujo, el hombre, el Touchard, aunque tan lleno de “por consiguientes” que la muletilla se le pegó a su amigo Gonzalón, que la contagió a todos los españoles.
¿Qué pensará Pradera al leer los análisis políticos del de la boina sobre una tropilla de albigenses haciendo el gamberro en la Puerta del Sol?
El gamberreo es un elemento constitutivo de la masa española, la forma de su emotividad. Con Franco tirábamos una cabra desde el campanario de Manganeses de la Polvorosa y con Zapatero estrellamos grafitis sesentayochistas en los adoquines de Sol, más la requisa popular de ese hotel de la calle de Carretas que viene mereciendo la misma atención mediática desde un punto de vista progresista que si se tratara de la casa de Cebrián en La Moraleja.
Bossuet (¡qué difícil era este tío en nuestro libro de francés!), muy de mañana, recibe de un capellán las nuevas de Londres: “Cromwell decapitó al Rey”. Bossuet abre la ventana, se acoda en la nieve del poyete, mira a lo lejos y calla. “¿Qué miráis, Monseñor?”
–Estoy mirando la señal que le hace la Providencia al reino.
A uno sólo le es dado mirar la señal de la rata en la Milla de Oro, ese momento shakesperiano en que la confusión consuma su obra maestra, pues tampoco faltan unos momentos Disney de compasión hacia la rata por parte de un caballero atildado que lleva bajo el brazo un periódico con el aquelarre de San Sebastián...
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