sábado, 15 de octubre de 2011

El señor de los banquillos

El dedo en el ojo

Jorge Bustos

Para alguien como uno, que ya celebraba los goles del Madrid chapoteando en el líquido amniótico, que simpatiza irremediablemente con los caracteres soberbios y punzantes –si van apuntalados por el talento– y que de hecho considera el mayor error de Felipe II no haber ubicado la capital del Imperio en Lisboa, asistir por primera vez a una rueda de Mou viene a ser como poder elegir ministerio para Gallardón. Medité pasarme la noche de la víspera releyendo a Clausewitz y abrillantando mi Beretta, y el compañero Tenorio me advirtió oportunamente: “Tienes el kit en mi cajón: machete, lata de anchoas, brújula, linterna y botiquín”.

Enfilo el Polo hacia Valdebebas, que sólo se distingue del Muro de Berlín porque no hay alambre de espino, no descartemos que Mou lo haga instalar esta temporada. Qué barbaridad, oigan, aquello parece el Pentágono. Se lo comento a un par de colegas con los que peregrino hacia la sala de Prensa, una vez que el patrullero de guardia ha confirmado nuestras identidades periodísticas y nos sube la barrera, ya cerciorado de que ninguno de los tres somos Pito Vilanova.

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