miércoles, 18 de mayo de 2011

Las Ventas. La tarde del Ventorrillo. "Cerrado está el mesón a piedra y lodo"*

NATURALISMO TALAVANTERO
PUERTA GRANDE

Tarde más fea que un nublo

José Ramón Márquez

Martes de dolores, por lo que se ve. Dolor de muelas y dolor de alma. Lo primero que tengo que decir es que nunca he visto a El Cid tan mal como hoy. Sin paliativos. Pésima actuación, sin ideas, sin sitio y sin valor, espeso y sin chispa alguna: lo que hoy se nos ha aparecido en la blancuzca arena de Las Ventas es un espectro, una fantasmagoría del torero que ha firmado el mayor número de grandes faenas en Madrid en lo que llevamos de siglo y de milenio. Desde que le vi en una foto en las malas compañías de los del trust ya me entraron los tembleques, que de ahí no puede salir nada bueno. En Sevilla anduvo como pudo con la birria de Victorino, pero esta tarde de Madrid es una losa, porque a su primer toro, Guapetón, número 64, en otro momento lo habría crujido con la fuerza de su muleta y el clasicismo de su tauromaquia, pero hoy ha optado por hacer lo que casi todos, que es echarse a la juliana vía, vía estrecha. Quiso que el toro se quedase poco picado, como tantas veces; el animal después de banderillas se vino un poco arriba y a partir de ahí El Cid naufragó, porque en el toro en que debía dar la medida, el torero resultó totalmente desbordado, y eso que el bicho no era ningún leviatán. Con el segundo estuvo igual de espeso y falto de ideas. A ambos toros los mató a la última, que es en lo único que nos recordó a sus grandes tardes.

La corrida de El Ventorrillo, cuarta de las de –ito, -ico, -illo, -uelo de esta feria de San Isidro estuvo bien presentada si atendemos a las hechuras de los toros. Si miramos que su procedencia es juampedro ya no se entiende nada, porque los toros de hoy, en general, más parecían lisarnasios o atasardos por sus hechuras. A lo mejor el tal Paco Medina, su anterior propietario, o Fidel San Román, han puesto en marcha un laboratorio para la transformación de los juampedritis alargándoles las patas, haciéndoles más bastos de lámina, levantándoles las agujas y destartalando el aquilatado modelo de toro desarrollado por el alquimista del toro artista. Si trapío es parecerse a su estirpe, no hay más remedio que darles cero en trapío; pero la presencia de la corrida no movía a befa y la predisposición de los toros a irse a los caballos daba la idea de que hay alguien por ahí que trata de seleccionar con buen sentido ganadero.

El toro que salió más en juampedro fue el tercero, Cervato, número 26, castaño salpicado, bragado corrido. Prácticamente no se le picó, ni falta que le hacía, porque lo suyo era rodar y rodar, rodar y rodar, vamos que al bichito le encantaba corretear cual lebrato en un barbecho para alegría del público y de su matador. Con ese toro, llamémosle así para entendernos, se produjo la epifanía de Talavante, que integró durante el tiempo que duró su faena, llamémosla así para entendernos, las enseñanzas de su mentor Antonio Corbacho cuando le quiso transformar en el segundo Tomás, y las de Julián el Descargado, Principito destronado de Sevilla. La suma e integración de esas dos influencias, digamos que complementarias, producen la faenita de hoy, en la que Talavante usó las consabidas triquiñuelas de dejarse la pierna un poco más atrás en cada pase, citar antes de llegar al hilo del pitón, permanecer descolocado o rematar las series con ese detestable pase por alto al que llaman ‘obligado’, que no es de pecho sino de sobaquera, añadiendo al habitual circo la novedad de pasarse muy cerca al torete y de mantenerse impávido, al estilo del Berroqueño de Galapagar. Esa conjunción planetaria de estilos llevó a la masa al paroxismo y a aplaudir como si fuese buena esa faenilla en la que no hubo nunca ni un miligramo de toreo y a cambio hubo toneladas de ir y venir. Un inspirado adorno casi al final y una buena estocada aguantando pusieron fin a la magna obra que debe más a la condición de corredor infatigable de Cervato que a los méritos taurómacos de su matador.
En la locura hubo hasta quien pidió la vuelta al ruedo para el toro. Sin embargo, los que se volvieron locos con la faena ni siquiera se quedaron a ver salir al triunfador por la Puerta Grande, por lo que veo muy probable que, llegando a la calle de Alcalá, no recordasen nada de lo que tanto les había gustado un rato antes.

En su segundo, unas verónicas con un cambio de mano y una revolera fue lo más torero de la tarde. A este toro, como era de condición más parada, ya no pudo hacerle el circo que al anterior, pero para satisfacer al bondadoso público que tanto le había aclamado, le fue dando pases en diversos tendidos, empezando en el 7 y terminando en el 2, que era la querencia natural del zambombo de Afortunado, número 59.

De Miguel Ángel Perera se puede decir bien poco, porque no hizo nada estimable. Su primero era un toro que iba y venía y el matador no lo vio o no lo quiso ver. Sin ideas y como aburrido no da la impresión de que esté centrado. Hoy, suspenso con nota muy baja.

Ignacio Rodríguez, de la cuadrilla de Perera, picó muy bien al segundo, con la dificultad añadida de que en la primera vara el toro se le vino algo cruzado. Agarró muy buen puyazo y sujetó el ímpetu del toro cuando levantó las manos del penco. La segunda vara también fue buena, señalando en buen sitio y midiendo el castigo. Por contra, Miguel Ángel Muñoz, de Talavante, estuvo penoso de monta, de ejecución de la suerte y clavando en los bajos.
Hoy sólo tomó el oprobioso olivo Juan Sierra en su segundo par, en el que salió un poco apurado de la cara del toro, y pese a ello hubo quien le aplaudió, como aplaudieron a Joselito Gutiérrez por dejar unos pares traserísimos, aunque el cuarteo y la reunión fuesen buenos. Boni estuvo impecable en la brega, con ese capote de seda que lleva, aunque eso no es noticia, porque ¿cuándo no está impecable este Rafael Perea?


El parte de Abella

Cruz y raya

El despeje

El paseíllo

Los capotes

Rafael Perea Boni

Manuel Jesús Cid

La terna
Cid, Perera y Talavante

El derribo accidental casi le vale una vuelta a Cerveto

Alejandro Talavante

La plaza-talanquera, un cazo de leche hirviendo

Dos orejas sevillanas

El Cid, a izquierdas

Perera, a derechas

Despedida de El Cid

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*Castilla, de Manuel Machado