José Ramón Márquez
Hoy me estreno en la Feria, pero con la fortuna de que lo de hoy es como lo de ayer, que los toros del Vellosino, y esta es la primera de las corridas de -ito, -ico, -illo, -uelo que nos esperan. Aunque el papel dice que son de procedencia juampedritis, de aspecto son tan atanasios línea lisardo -¿o es lisiardo?- como los de ayer de la franquicia Morucheros Fraile. Hasta el quinto, Calderilla, número 43, se llamaba como la finca que los tales morucheros tienen en Tamames.
La corrida salió blanda, descastada y mansa como término general, y en particular salieron al menos tres toros que demostraron, cada cual a su manera, diversos grados de bobería insulsa o, dicho en términos científicos contemporáneos, de toreabilidad. El mayoral ni se dignó aparecer por el burladero -o lo hizo camuflado- y al sexto se les olvidó quitarle el crotal naranja de la oreja izquierda. Diremos, pues, el nombre del escrupuloso ganadero que se viene a Madrid de esa guisa, que el hombre se llama don Manuel Núñez Elvira, para que se sepa.
En realidad los toros bobos esos tienen siempre la gran ventaja de hacernos soñar, porque nos imaginamos lo que hoy día, a su edad, podrían hacer con ellos algunos toreros de otros tiempos no tan remotos como José Fuentes, José Luis Parada, Pepín Jiménez o Sánchez Puerto, por decir unos cuantos a vuelapluma. Toros bobos para que los toreros mayores desmontasen tantas tonterías como se oyen por ahí sobre el toreo, que ésas se acababan nada más que uno de aquellos demostrase de forma bien clara la forma buena de torear, el medio pecho, la naturalidad, la personalidad.
A cambio, los encargados de matar a estas cucarachas de hoy han traído la peor versión de la tauromaquia contemporánea, la tauromaquia del momento en que, al decir de algunos, mejor se torea de toda la historia, y lo que han desplegado en Las Ventas es el más que sabido catálogo de vulgaridad. Hoy se anunciaron Uceda Leal, Miguel Abellán y Rubén Pinar, cada uno con sus circunstancias.
Uceda Leal en su primero vino como investido de un aura. Todo despacio lo quiso hacer y por eso anduvo por la plaza con parsimonia y como concentrado, como si quisiese mostrar al tendido que él es un maestro. Claro que cuando se puso a torear, sin cruzarse ni una maldita vez, sacando al toro ahí lejitos, lo del maestro se diluyó. No obstante, como en su malhadada forma de hacer ir y venir al toro conseguía en ocasiones que éste permaneciese en esa especie de movimiento continuo que muchos confunden con el toreo, pues hubo quien le obsequió con sus palmadas, pero lo que hacía el bueno de Uceda estaba bien lejos del toreo. Ahora, el hombre, además, no mata. En su segundo ya se le había olvidado lo del aura y fue el mismo Uceda de siempre, pesado, plomizo y tedioso, más visto que el tebeo y, encima, sin matar.
Otro que también está muy visto es Miguel Abellán. Hoy no vestía de blanco y la verdad es que confunde mucho verle con otro vestido que no sea el blanco. En las dos faenas le pasó lo mismo, que las empezó bien, especialmente la de su primero, citando de lejos y sin castigar al toro en los muletazos, pero en seguida las faenas perdieron vuelo usando las mismas armas que su predecesor, es decir, la deficiente colocación, el toreo hacia atrás y el recurso ése tan feo del pase por alto, un falso pase de pecho, como remate de las series. A éste, por la causa que sea, le toleraron menos sus cosas, siendo idénticas a las que al anterior le habían valido las palmas del público. Mató de forma alevosa a sus dos colaboradores, que aquí no sirve lo de oponentes.
Y si los dos anteriores beben de ese ponzoñoso manantial que es la neo tauromaquia julianesca, y así les va, el tercero de la tarde es la auténtica copia del Importancias, su clon, un poquito más alto, diríamos menos culibajo. Rubén Pinar sorteó al toro más bravo de la tarde, el Botonero, número 121, que se empleó con gran clase en una vara en la que Agustín Moreno le cerró arteramente la salida y le pegó a conciencia, y se arrancó con alegría y sin rajarse en la segunda en la que Agustín Moreno le presentó el penco atravesado, de manera deplorable, pues se veía con claridad que en esa sociedad mandaba más el aleluya que el humano. No me quiero imaginar si llega a hacer esa pelea en varas la babosa del indulto de Sevilla, que el presidente había sido capaz de sacar el pañuelico naranja al salir del caballo y ni le deja llegar a la muleta. Aunque el toro se dolió en el primer par de banderillas, acudió con ligereza a los otros dos y llegó superior a la muleta, con una embestida suave pero no bobalicona. Rubén Pinar hizo lo que suele y consiguió aburrir al toro practicando exactamente el mismo estilo que sus predecesores y que su maestro, el principito destronado de Sevilla. Su segundo toro fue la quintaesencia de la tontuna bovina, ni una mala mirada, ni un mal gesto, ni una embestida descompuesta; el toro que todas las vacas querrían para sus hijas. Sólo le faltaba al probo Colombino, número 168, la licenciatura en derecho para ser el perfecto yerno. Ante ese buen chico Rubén Pinar volvió a presentar su ajulianado arte y en algunos momentos de muletazos ligados consiguió las palmitas del bondadoso público. El toro se fue al otro mundo sin saber lo que es el toreo, y no se puede decir que fuese porque él no puso todo de su parte, sólo fue otro toro con mala suerte.
La mayor torería de la tarde la trajeron los de plata, como tantas tardes. Manuel Montoya en un par en el que anduvo al toro con decisión, dejándose ver, dando las ventajas al de negro y rematando con un emocionante cuarteo en corto que arrancó los más sinceros aplausos de la tarde. El Chano, llevando perfectamente al quinto al caballo y bregando a ese mismo toro sin un capotazo superfluo.