José Ramón Márquez
A M.M.C.
La Ciencia, siempre avizor, no deja de fascinarnos con sus descubrimientos. En esta época dorada del conocimiento, en esta Acrópolis contemporánea que es este mundo nuestro en el que habitan más sabios por centímetro cuadrado que en ningún otro momento de la Humanidad, la única pena es que los grandes retos a los que dedican sus esfuerzos las más privilegiadas mentes del siglo sean de índole inexplicable para el común de los mortales.
Ahora nos congratulamos de que dos investigadores del CSIC hayan resuelto la conjetura matemática sobre las partículas en líquidos. Al parecer, las partículas que constituyen los líquidos y los gases, al contrario que en los sólidos, no permanecen fijas, y la investigación de los doctores Enciso y Peralta ha logrado descifrar las trayectorias que siguen estas partículas en fluidos no viscosos en estado estático; por ejemplo, en un vaso de agua. Los doctores han llegado a la conclusión de que las moléculas describen líneas de corriente “extremadamente complejas”.
Bueno, por lo que yo entiendo, que se mueven por donde las parece bien.
Antes, cuando no se había descubierto apenas nada, las cabezas se dedicaban a cosas más próximas, y no digo yo que un vasito de agua clara no sea algo próximo, aunque las circunstancias de sus moléculas nos importen un bledo a la mayoría. En la antigüedad estaba todo por descubrir y, desde la rueda hasta la penicilina, las investigaciones se podían transformar inmediatamente en beneficios para los mortales. Hoy las cabezas se tienen que dedicar a las moléculas éstas de los vasos de agua porque las grandes cosas están ya descubiertas e inventadas. Ahora los investigadores son de arte, científicos artistas, diríamos. Para entendernos, digamos que los doctores Enciso y Peralta son como los Morantes de la ciencia: nos han obsequiado con dos verónicas y una media de ésas que escacharran los relojes a beneficio de inventario con su explicación de las moléculas que bailan el twist. En las mismas circunstancias y en otros tiempos un Pedro Romero de las matemáticas como Arquímedes utilizó también el agua para inventarse su teorema y para certificar la pureza de una corona de oro, según la conocida anécdota, dejando zanjada de por vida la cuestión del empuje hidrostático. A ese faenón del de Siracusa lo llamaríamos, en cambio, clasicismo y oficio. Es ocioso, pues, decir que el recorrido que hay entre Arquímedes y los doctores Enciso y Peralta es el mismo que va de Antonio Bienvenida a José María Manzanares (hijo).
A M.M.C.
La Ciencia, siempre avizor, no deja de fascinarnos con sus descubrimientos. En esta época dorada del conocimiento, en esta Acrópolis contemporánea que es este mundo nuestro en el que habitan más sabios por centímetro cuadrado que en ningún otro momento de la Humanidad, la única pena es que los grandes retos a los que dedican sus esfuerzos las más privilegiadas mentes del siglo sean de índole inexplicable para el común de los mortales.
Ahora nos congratulamos de que dos investigadores del CSIC hayan resuelto la conjetura matemática sobre las partículas en líquidos. Al parecer, las partículas que constituyen los líquidos y los gases, al contrario que en los sólidos, no permanecen fijas, y la investigación de los doctores Enciso y Peralta ha logrado descifrar las trayectorias que siguen estas partículas en fluidos no viscosos en estado estático; por ejemplo, en un vaso de agua. Los doctores han llegado a la conclusión de que las moléculas describen líneas de corriente “extremadamente complejas”.
Bueno, por lo que yo entiendo, que se mueven por donde las parece bien.
Antes, cuando no se había descubierto apenas nada, las cabezas se dedicaban a cosas más próximas, y no digo yo que un vasito de agua clara no sea algo próximo, aunque las circunstancias de sus moléculas nos importen un bledo a la mayoría. En la antigüedad estaba todo por descubrir y, desde la rueda hasta la penicilina, las investigaciones se podían transformar inmediatamente en beneficios para los mortales. Hoy las cabezas se tienen que dedicar a las moléculas éstas de los vasos de agua porque las grandes cosas están ya descubiertas e inventadas. Ahora los investigadores son de arte, científicos artistas, diríamos. Para entendernos, digamos que los doctores Enciso y Peralta son como los Morantes de la ciencia: nos han obsequiado con dos verónicas y una media de ésas que escacharran los relojes a beneficio de inventario con su explicación de las moléculas que bailan el twist. En las mismas circunstancias y en otros tiempos un Pedro Romero de las matemáticas como Arquímedes utilizó también el agua para inventarse su teorema y para certificar la pureza de una corona de oro, según la conocida anécdota, dejando zanjada de por vida la cuestión del empuje hidrostático. A ese faenón del de Siracusa lo llamaríamos, en cambio, clasicismo y oficio. Es ocioso, pues, decir que el recorrido que hay entre Arquímedes y los doctores Enciso y Peralta es el mismo que va de Antonio Bienvenida a José María Manzanares (hijo).