Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
A través de Ricardo Bada, que viene a ser el vigía del Occidente literario, me entero de la controversia de un caballero con la Academia a propósito de cómo ha de escribirse, mayúscula o minúscula, el nombre de Dios.
Por las certezas que declara, ese caballero sólo puede ser español sin medida, o español que no puede ser otra cosa, y su duda académica tiene toda la pinta de ser un troyano contagiado de la lectura de Javier Marías que quedaría eliminado con la lectura, si no de Nicolás Gómez Dávila, del Padre Isla en su entrañable Fray Gerundio, cuyo gramático llegó a la sabia conclusión de que, en cuestiones ortográficas, no hay nada como escribir con mayúscula las cosas grandes, y las cosas pequeñas, con minúscula. Pero este sentido común hace tiempo que desapareció en la Academia, un club político cuya descripción sólo estaría al alcance de un Alberto Guillén en “La linterna de Diógenes”.
El joven Marías es académico, pero no es El Brocense de Luis Calvo. Ni siquiera el Lázaro del dardo en la palabra. Y pensará lo mismo que Cebrián, sólo que después. Cebrián es de los que escriben “dios”, con minúscula, y se queda tan terne como don José Nakens. Son los volterianos de esta hora española, frente al dejo catolicón de un Don Concha, que decía Umbral, ex cura felizmente casado con una ex monja. Un libro suyo de Lengua amargó el mejor año de mi adolescencia, que fue el del Cou, pero no se me ocurriría vengarme en el nombre de Dios para cargar contra los curas rebotados. Eso que lo haga Vicent con el cura Aguirre, al que nunca entendió.
¿Dios con mayúscula o con minúscula? La solución a la francesa sería la del toro bravo. Francia consideró si el toro bravo era animal doméstico o fiera totalitaria, y resolvió que lo segundo, gracias a lo cual permitió su lidia. Con minúscula, pues, los dioses demócratas de los politeístas, y el Dios totalitario de los monoteístas, con mayúscula. Como hay Dios.
Abc Cultural
A través de Ricardo Bada, que viene a ser el vigía del Occidente literario, me entero de la controversia de un caballero con la Academia a propósito de cómo ha de escribirse, mayúscula o minúscula, el nombre de Dios.
Por las certezas que declara, ese caballero sólo puede ser español sin medida, o español que no puede ser otra cosa, y su duda académica tiene toda la pinta de ser un troyano contagiado de la lectura de Javier Marías que quedaría eliminado con la lectura, si no de Nicolás Gómez Dávila, del Padre Isla en su entrañable Fray Gerundio, cuyo gramático llegó a la sabia conclusión de que, en cuestiones ortográficas, no hay nada como escribir con mayúscula las cosas grandes, y las cosas pequeñas, con minúscula. Pero este sentido común hace tiempo que desapareció en la Academia, un club político cuya descripción sólo estaría al alcance de un Alberto Guillén en “La linterna de Diógenes”.
El joven Marías es académico, pero no es El Brocense de Luis Calvo. Ni siquiera el Lázaro del dardo en la palabra. Y pensará lo mismo que Cebrián, sólo que después. Cebrián es de los que escriben “dios”, con minúscula, y se queda tan terne como don José Nakens. Son los volterianos de esta hora española, frente al dejo catolicón de un Don Concha, que decía Umbral, ex cura felizmente casado con una ex monja. Un libro suyo de Lengua amargó el mejor año de mi adolescencia, que fue el del Cou, pero no se me ocurriría vengarme en el nombre de Dios para cargar contra los curas rebotados. Eso que lo haga Vicent con el cura Aguirre, al que nunca entendió.
¿Dios con mayúscula o con minúscula? La solución a la francesa sería la del toro bravo. Francia consideró si el toro bravo era animal doméstico o fiera totalitaria, y resolvió que lo segundo, gracias a lo cual permitió su lidia. Con minúscula, pues, los dioses demócratas de los politeístas, y el Dios totalitario de los monoteístas, con mayúscula. Como hay Dios.