lunes, 12 de julio de 2010

Tocando la gloria

Koffi, su cerveza y la vecindad


Francisco Javier Gómez Izquierdo

¿Qué podemos decir en día como hoy? Nada. Disfrutarlo. No vale analizar el partido. Sólo queda el triunfo y el golazo de Iniesta. Los quinceañeros de hoy pensarán que lo de esta tarde es lo normal. No imaginan los malos ratos que algunos hemos pasado. El gol de Míchel que no valió. El gol de Cardeñosa que no dejó entrar Amaral. Los penaltys de Eloy... Ni siquiera quedará la parada de balonmano a Robben del mejor portero del mundo. Es posible que se recuerde más a una señorita talismán ante la que se reprimía el bueno de Iker Casillas que su excelente contribución a la grandeza del 12 de julio, día de San Abundio.

Como todo el mundo va a contar cómo vivió la final, os participo que me gusta ver el fútbol solo. Cinco minutos antes de las ocho y media bajé a pagarle una cerveza (ritual más de fiar que el pulpo Paul) a mi amigo Koffi, al que dije que viniera al bar de abajo -Tamicos- a ver el partido, pues los domingo no trabaja en su semáforo. Volví a bajar en el descanso a calmar la sed al hombre de Ghana, y en la prórroga me quedé junto a él, y la vecindad a la que vi emocionada, animadora y animosa.

Lo mejor de estos días y de la selección es que el resto de naciones nos tiene miedo. Salen acomplejadas a pelear contra España y esa actitud es síntoma de grandeza. Lástima que unos cuantos necios sin ilustración no dejen entrar en su cabeza que es bueno, bonito y barato llevarse bien. Hay boinas que no parecen de aldeano. Son más propias de rucios.


El bar Tamicos preparándose para la gloria