Jorge Bustos
Acampados estamos ya en los levantiscos predios del Estatut. Por cierto que de Valencia aquí hemos franqueado tantos peajes que no sé cómo Artur Mas -el mentón más cuadrado de nuestra política- sigue pidiendo la soberanía fiscal. Con lo apoquinado por uno ya estará enjugada la deuda autonómica, oigan.
Vengo de patear Gerona, sobre cuya colina me hospedo por cortesía de un AC que le hace sentirse a uno tan aclimatado como Moratinos en Afganistán. Y vengo exhausto, con la piel cocinada a fuego lento por la canícula, transpirando como si acabara de raptar a Montserrat Caballé, pero rendido a la belleza del casco medieval gerundense. Quizá el de Santillana o el de Cáceres lleven más fama, y por eso uno no sospechaba que en Gerona iba a hacer tantas fotos como un japonés epiléptico. Perderse por su laberinto amurallado supone retrotraerse a un tiempo en que ni Carod, ni siquiera Pujol el venerable, andaban lagrimeando por la opresión españolista. A cada esquina parece que va a salirnos al paso el mismo Wilfredo el Velloso con el acero al cinto. Hay rincones verdaderamente edénicos, como la caserna dels Alemanys, el punto más elevado de la vieja ciudadela y el más despiadadamente castigado por la artillería napoleónica. Hoy es un armónico conjunto de ruinas y vegetación de un genuino romanticismo, no en el sentido ternurista sino en el pictórico: un paraje salido de un cuadro de Caspar David Friedrich. Están la rambla, las coloristas casas colgadas sobre el río Onyar, la gran escalera gradada que sube a la fachada barroca de la mole catedralicia, gótica por dentro. Y mil pasadizos que despiden ese añejo olor a roca fresca que nos hace echar de menos la armadura. El lienzo de baluarte recorrido por madreselva a un lado, y el Onyar al otro, cierran en un abrazo la fortaleza. A sus pies, el pilar con la emblemática leona: “Para volver a Gerona, besa el culo a la leona”, se dice aquí. Es lo de la monedita en la Fontana di Trevi: un hito en la guía del perfecto hortera haciendo turismo. Y allá posan los gabachos, aunque ya no besan los cuartos traseros del bicho porque lo ha desaconsejado el Ayuntamiento. Se conoce que la gripe A también se transmite a través de los culos de piedra.
Un juego divertido para hacerles a los guiris: te pones en medio de una callejuela a fotografiar un cascote cualquiera como un descosido. Y no falla: detrás de uno acuden doce pardillos del Rosellón a tirarle fotos al cascote. ¿Será así como se propaga el nacionalismo?
(La Gaceta)
Acampados estamos ya en los levantiscos predios del Estatut. Por cierto que de Valencia aquí hemos franqueado tantos peajes que no sé cómo Artur Mas -el mentón más cuadrado de nuestra política- sigue pidiendo la soberanía fiscal. Con lo apoquinado por uno ya estará enjugada la deuda autonómica, oigan.
Vengo de patear Gerona, sobre cuya colina me hospedo por cortesía de un AC que le hace sentirse a uno tan aclimatado como Moratinos en Afganistán. Y vengo exhausto, con la piel cocinada a fuego lento por la canícula, transpirando como si acabara de raptar a Montserrat Caballé, pero rendido a la belleza del casco medieval gerundense. Quizá el de Santillana o el de Cáceres lleven más fama, y por eso uno no sospechaba que en Gerona iba a hacer tantas fotos como un japonés epiléptico. Perderse por su laberinto amurallado supone retrotraerse a un tiempo en que ni Carod, ni siquiera Pujol el venerable, andaban lagrimeando por la opresión españolista. A cada esquina parece que va a salirnos al paso el mismo Wilfredo el Velloso con el acero al cinto. Hay rincones verdaderamente edénicos, como la caserna dels Alemanys, el punto más elevado de la vieja ciudadela y el más despiadadamente castigado por la artillería napoleónica. Hoy es un armónico conjunto de ruinas y vegetación de un genuino romanticismo, no en el sentido ternurista sino en el pictórico: un paraje salido de un cuadro de Caspar David Friedrich. Están la rambla, las coloristas casas colgadas sobre el río Onyar, la gran escalera gradada que sube a la fachada barroca de la mole catedralicia, gótica por dentro. Y mil pasadizos que despiden ese añejo olor a roca fresca que nos hace echar de menos la armadura. El lienzo de baluarte recorrido por madreselva a un lado, y el Onyar al otro, cierran en un abrazo la fortaleza. A sus pies, el pilar con la emblemática leona: “Para volver a Gerona, besa el culo a la leona”, se dice aquí. Es lo de la monedita en la Fontana di Trevi: un hito en la guía del perfecto hortera haciendo turismo. Y allá posan los gabachos, aunque ya no besan los cuartos traseros del bicho porque lo ha desaconsejado el Ayuntamiento. Se conoce que la gripe A también se transmite a través de los culos de piedra.
Un juego divertido para hacerles a los guiris: te pones en medio de una callejuela a fotografiar un cascote cualquiera como un descosido. Y no falla: detrás de uno acuden doce pardillos del Rosellón a tirarle fotos al cascote. ¿Será así como se propaga el nacionalismo?
(La Gaceta)