LEÓN URTECHO
Librero
Librero
Alfredo Valenzuela
Abc de Sevilla
Hondureño, estudió Derecho en Sevilla, donde regenta una librería de viejo y ejerce como abogado después de haber aprendido ruso en Moscú, donde visitó la tumba de Lenin, le sorprendió el golpe de Estado de 1991 y confraternizó con los tanquistas soviéticos en la Plaza Roja
—Es tocayo de Tolstoi, ¿lo suyo con Rusia estaba predestinado?
—La diferencia es que Tolstoi encontró la gracia y la gloria, y yo, lamentablemente, sólo la gracia.
—¿Qué le parece que no se recuerde a Tolstoi en el centenario de su muerte?
—Una lástima, y no sólo por sus obras, sino por sus reflexiones sobre la no violencia activa, que tanto influyeron en Luther King y en Gandhi.
—¿Qué hacía en la Plaza Roja el día del golpe de Estado?
—El 19 de agosto de 1991 los estudiantes de lengua y literatura rusa estábamos en un pequeño teatro de la periferia de Moscú. De repente se encendieron las luces y nos informaron de que había un golpe de Estado y que los tanques estaban en la Plaza Roja. Cuando llegamos, uno de los tripulantes de un tanque, desde la torreta, nos pidió un cigarrillo, y una de nuestras compañeras españolas le dijo que le daba cajetilla entera si la dejaba subir y entrar al tanque. Y la dejó.
—¿Dan miedo los tanques rusos?
—Los T52 son unas maquinas bélicas espantosas, producen un ruido atronador, su aspecto es el de una bestia recién salida del averno, sedienta de sangre. Dan pánico.
—¿Es cierto que algunos soldados que intervinieron en el golpe no sabían ni dónde estaban?
—La alfabetización del sistema comunista llegó a muchas capas del tejido social soviético, pero el país era tan inmenso que existían grandes zonas a las que no llegó.
—¿Gorbachov, como Suárez en España, sólo hizo lo fundamental?
—La situación no es comparable. Suárez moldeó la transición de dictadura a democracia, y Gorbachov hizo eso mismo más el cambio del comunismo a capitalismo. Cuando Gorbachov se presentó a presidente, no le votaron. Las revoluciones, en uno u otro sentido, devoran a sus propios hijos.
—¿Quién sería el Putin español?
—Tal como están las cosas, cualquier político podría serlo.
—¿Visitó la momia de Lenin?
—Varias veces. Es una experiencia intimidante. Bajas por una escalera hasta la cripta, todo de mármol rojo con incrustaciones de lapislázuli, el frío es intenso, en el centro, el catafalco de Lenin, faraónico, su cuerpo iluminado por una tenue luz, sólo se puede ver su cara y parte del cuerpo, el resto tapado con una sábana. Da la impresión de que Lenin abrirá los ojos de un momento a otro.
—¿En la época que estuvo aún se hacían romerías para visitarla?
—Las colas, o romerías como las llamas, eran largas, y lo siguen siendo.
—¿No le extraña, pues, que la mitad de los rusos consideren positivo el estalinismo?
—Consideran que la época de Stalin fue sangrienta, pero que colocó a Rusia como la segunda potencia mundial y venció a Hitler. Creen que gracias al sacrificio de veinte millones de rusos muertos en la Segunda Guerra Mundial, Occidente se vio libre del nazismo. Gran parte de los ciudadanos rusos se consideran soldados vencidos de una causa invencible.
—¿No será que Rusia precisa una «memoria histórica»?
—Tienen problemas más acuciantes. Además, si se intentara no se contaría con todos los elementos necesarios para hacerla diáfana, imparcial, ya que aún no cuenta con la necesaria perspectiva histórica que aporta el paso del tiempo.
—¿Cuánto tardó en leer a Dostoyevski en su idioma?
—Tres años. Es más fácil leer un clásico ruso que un periódico en ruso.
—¿Cómo se adapta un hondureño al frío moscovita?
—Te abrigas y basta, lo difícil es la vida social. En Moscú, a las seis de la tarde no encuentras un alma en la calle. La solución es reunirte en casa con los amigos. Si la velada se prolonga se quedan a dormir en tu casa, ya que afuera hay 30 grados bajo cero.
—Debe de ser el único abogado en ejercicio que se emplea como librero de viejo en los ratos libres. ¿Es por afición al libro o porque la cosa está muy «achuchá»?
—Es devoción por la letra impresa.
—¿El libro de André Gide «No juzguéis» lo valora más como jurista o como librero?
—Lo aprecio más como jurista, porque analiza casos que descolocaban a los tribunales. Aunque la primera edición es de 1930, continúa siendo un referente que ilumina el oscuro pasillo de los que son llamados a juzgar.
—De Honduras se vino con 18 años para estudiar Derecho. ¿Qué es lo que más le gustó de la Facultad?
—La enorme capacidad y sabiduría de los profesores y la belleza del edificio.
—¿Eso de que los libreros de viejo nunca leen un libro es cierto o leyenda?
—En mi caso procuro leerlo todo. No soy un librero de viejo al uso, sino un lector que vende sus libros.
—En Sevilla casi hay más librerías de viejo que de nuevo…
—¿De verdad? Eso es magnífico.
Abc de Sevilla
Hondureño, estudió Derecho en Sevilla, donde regenta una librería de viejo y ejerce como abogado después de haber aprendido ruso en Moscú, donde visitó la tumba de Lenin, le sorprendió el golpe de Estado de 1991 y confraternizó con los tanquistas soviéticos en la Plaza Roja
—Es tocayo de Tolstoi, ¿lo suyo con Rusia estaba predestinado?
—La diferencia es que Tolstoi encontró la gracia y la gloria, y yo, lamentablemente, sólo la gracia.
—¿Qué le parece que no se recuerde a Tolstoi en el centenario de su muerte?
—Una lástima, y no sólo por sus obras, sino por sus reflexiones sobre la no violencia activa, que tanto influyeron en Luther King y en Gandhi.
—¿Qué hacía en la Plaza Roja el día del golpe de Estado?
—El 19 de agosto de 1991 los estudiantes de lengua y literatura rusa estábamos en un pequeño teatro de la periferia de Moscú. De repente se encendieron las luces y nos informaron de que había un golpe de Estado y que los tanques estaban en la Plaza Roja. Cuando llegamos, uno de los tripulantes de un tanque, desde la torreta, nos pidió un cigarrillo, y una de nuestras compañeras españolas le dijo que le daba cajetilla entera si la dejaba subir y entrar al tanque. Y la dejó.
—¿Dan miedo los tanques rusos?
—Los T52 son unas maquinas bélicas espantosas, producen un ruido atronador, su aspecto es el de una bestia recién salida del averno, sedienta de sangre. Dan pánico.
—¿Es cierto que algunos soldados que intervinieron en el golpe no sabían ni dónde estaban?
—La alfabetización del sistema comunista llegó a muchas capas del tejido social soviético, pero el país era tan inmenso que existían grandes zonas a las que no llegó.
—¿Gorbachov, como Suárez en España, sólo hizo lo fundamental?
—La situación no es comparable. Suárez moldeó la transición de dictadura a democracia, y Gorbachov hizo eso mismo más el cambio del comunismo a capitalismo. Cuando Gorbachov se presentó a presidente, no le votaron. Las revoluciones, en uno u otro sentido, devoran a sus propios hijos.
—¿Quién sería el Putin español?
—Tal como están las cosas, cualquier político podría serlo.
—¿Visitó la momia de Lenin?
—Varias veces. Es una experiencia intimidante. Bajas por una escalera hasta la cripta, todo de mármol rojo con incrustaciones de lapislázuli, el frío es intenso, en el centro, el catafalco de Lenin, faraónico, su cuerpo iluminado por una tenue luz, sólo se puede ver su cara y parte del cuerpo, el resto tapado con una sábana. Da la impresión de que Lenin abrirá los ojos de un momento a otro.
—¿En la época que estuvo aún se hacían romerías para visitarla?
—Las colas, o romerías como las llamas, eran largas, y lo siguen siendo.
—¿No le extraña, pues, que la mitad de los rusos consideren positivo el estalinismo?
—Consideran que la época de Stalin fue sangrienta, pero que colocó a Rusia como la segunda potencia mundial y venció a Hitler. Creen que gracias al sacrificio de veinte millones de rusos muertos en la Segunda Guerra Mundial, Occidente se vio libre del nazismo. Gran parte de los ciudadanos rusos se consideran soldados vencidos de una causa invencible.
—¿No será que Rusia precisa una «memoria histórica»?
—Tienen problemas más acuciantes. Además, si se intentara no se contaría con todos los elementos necesarios para hacerla diáfana, imparcial, ya que aún no cuenta con la necesaria perspectiva histórica que aporta el paso del tiempo.
—¿Cuánto tardó en leer a Dostoyevski en su idioma?
—Tres años. Es más fácil leer un clásico ruso que un periódico en ruso.
—¿Cómo se adapta un hondureño al frío moscovita?
—Te abrigas y basta, lo difícil es la vida social. En Moscú, a las seis de la tarde no encuentras un alma en la calle. La solución es reunirte en casa con los amigos. Si la velada se prolonga se quedan a dormir en tu casa, ya que afuera hay 30 grados bajo cero.
—Debe de ser el único abogado en ejercicio que se emplea como librero de viejo en los ratos libres. ¿Es por afición al libro o porque la cosa está muy «achuchá»?
—Es devoción por la letra impresa.
—¿El libro de André Gide «No juzguéis» lo valora más como jurista o como librero?
—Lo aprecio más como jurista, porque analiza casos que descolocaban a los tribunales. Aunque la primera edición es de 1930, continúa siendo un referente que ilumina el oscuro pasillo de los que son llamados a juzgar.
—De Honduras se vino con 18 años para estudiar Derecho. ¿Qué es lo que más le gustó de la Facultad?
—La enorme capacidad y sabiduría de los profesores y la belleza del edificio.
—¿Eso de que los libreros de viejo nunca leen un libro es cierto o leyenda?
—En mi caso procuro leerlo todo. No soy un librero de viejo al uso, sino un lector que vende sus libros.
—En Sevilla casi hay más librerías de viejo que de nuevo…
—¿De verdad? Eso es magnífico.