Jorge Bustos
Ir vestido se considera de mal gusto en Benidorm. Tampoco es que fuera uno de frac, sino en bermudas. Suficiente para sentirse recién salido del convento de Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas. Los benidormenses, en verano, caminan por la calle sin gastar más allá de unos hilillos entreverados en las ingles o bien algunos centímetros cuadrados de retal sintético para los más pudorosos. Tienes menos trabajo que un sastre en Benidorm, podría decirse. O: tienes menos demanda que una biblioteca en Benidorm. Que la hay. Si Bin Laden busca un buen escondite, que se meta en la biblioteca de Benidorm. No lo encontrarán en la vida.
Benidorm: Manhattan racial ibérico, tótem de estío para la clase media en el franquismo, tabú del pijo, meca del Imserso más crepuscular, cortijo de los Pajín, asiento de tránsfugas recalcitrantes y, ojo, cetro de un alcalde -el señor Agustín Navarro, modelo de lazarillos- que se embaula 83.000 machacantes al año, más que Camps y que el mismo Zapatero. Como para detenerse en fruslerías morales a la hora de cambiarse de chaqueta. Pero convenir en que Benidorm profesa rendidamente el chancletismo no significa que su pujanza económica no continúe resultando envidiable. Su Plaza de la Hispanidad viene a ser un pequeño Times Square, no tanto por la arquitectura como por el idioma más oído. Preguntar a Benidorm por qué ha crecido tan desmesuradamente es como preguntarle a Hollywood por qué ha rodado otra entrega friqui de Star Wars: por dinero, oiga. Aquí fluye el dinero como el crudo por un oleoducto ruso. Y eso les procura a los benidormenses una muy completa cartera de servicios y una de las colecciones políticas más descaradas de toda España.
Fui a Benidorm por la procesión marinera del Carmen. A la caída de la tarde centenares de personas ocuparon miradores y balaustradas que daban al puerto, de donde partió la talla de la Virgen, asentada en la proa de un gran catamarán y arropada por los cánticos de los tripulantes y los bocinazos de las embarcaciones de escolta. Una señora que contemplaba el espectáculo a mi lado no pudo contenerse y prorrumpió en tres palabras que resumían su emoción: “¡Pero qué sintético!” Diga usted que sí, señora, lo ha sintetizado perfectamente. A quien no distinguí entre el gentío fue a Maite Iraola, mamá de Leire Pajín. Igual temía que la Patrona del mar le afeara en público su forma política de nadar y guardar la ropa...
(La Gaceta)