[En Serrano, entre Juan Bravo y Padilla, para sacar las motos de la acera nueva, sobre cuyo falso granito se derramaba el aceite en el que chapoteaban las niñas de Serrano con sus “tod’s”, el Ayuntamiento ha dispuesto un aparcadero de motos en la calzada. El primero en llegar muy de mañana a ese aparcadero es un caballero duro y rollizo (nada que ver con el “rock and roll”) con su moto amarilla: se sube a la acera, se apea de la moto y, amorosamente, como si fuera una cabrita, la encadena a la señal indicadora del aparcadero. Si uno lo mira con cara de preguntar por qué, si el aparcadero está vacío, pone la moto en la acera, él te mira con cara de contestar: “Porque se me pone en los c...” ¡Un rebelde! ¡Un gesto subversivo contra la tiranía municipal! Es verdad que en el Vips de Velázquez hay otro aparcadero de motos que siempre está vacío porque todas están en la acera: son oficinistas liberales a los que se les caen los anillos si han de pasar por el aro de estacionar sus motonetas en el lugar indicado. El de Serrano, en cambio, con su raída moto amarilla, es único, y ésa es la gracia de su subversión. La única subversión que nos es dada en este Madrid donde los bolingas del “New York Times”, que antes veían a reyes y toreros pisando cabezas de gambas en los mesones de la Plaza Mayor, ahora ven a Zapatero haciendo con La Roja –ya hay que ser idiota para apasionarse con una cosa que se dice La Roja– lo que Franco, según ellos, hacía con el Real Madrid, con lo que demuestran que no saben nada del Real Madrid ni nada de Franco ni nada de Zapatero. ¿Estacionará como Dios manda su moto el de la moto amarilla si la Roja gana el Mundial? Los Habsburgos en la pista, tituló Foxá su artículo sobre el emperador Francisco José, que, desplazado por la guerra, daba vueltas en la pista del circo americano en La Habana. “Ya no sólo el león, rey de la selva, sino los emperadores de Europa, saltan por el aro.” Nunca lo haría el de la moto amarilla.]