Ricardo Bada
Al abrir el suplemento dominical de su diario, el lector alemán sabe que encontrará allí, puntualmente, cada fin de semana, su ración de limericks. Limericks. En las enciclopedias se enterarán ustedes, todo lo más, de que Limerick es el nombre de una ciudad y de un condado de Irlanda. Y en los diccionarios, en esos cementerios del idioma, ¡ah, en los diccionarios es bastante inútil que busquen! A no ser, como yo lo hice, en el Rioduero de Literatura, I, donde sí que figura la palabra limerick, pero me figuro que sólo gracias al hecho de que ese diccionario está traducido del Herder Lexikon alemán, y entre los alemanes el limerick es el pan nuestro de cada domingo.
¿Cómo viene definido el limerick en el Rioduero? Cito con él a la vista: “Forma literaria popular en los países anglosajones; consta de cinco versos, de contenido burlesco, rimados aabba. La primera colección apareció en 1822″. No está mal, pero sabe a poco. Es algo así como si alguien nos dijese que Don Quijote trata de un hidalgo manchego que se volvió loco a fuerza de leer libros, y punto. Para los adictos al limerick intentaré ampliar la definición supracitada, sin agotar con ello las infinitas posibilidades del género, pero procurando al menos que quede clara su inefable taxonomía.
El limerick es una estrofa poética humorística y nonsense (otro neologismo, que a lo mejor pudiera traducirse como sinsentido); una estrofa poética seguramente creada por el pueblo soberano, por los equivalentes gaélicos de los payadores, repentizadores y decimistas criollos, y cuyo acceso al rango de la mejor lírica inglesa se debe al benemérito Edward Lear.
De don Edward Lear sí que nos hablan las enciclopedias. Por si se quieren ahorrar el trabajo de consultarlas, citaré de una de ellas: “Edward Lear (Londres, 1812-San Remo, 1888). Escritor y pintor británico. Aficionado a la ornitología, el conde de Darby” (otras enciclopedias lo llaman conde de Denby) “lo invitó a dibujar su colección zoológica, se convirtió en amigo de la familia, y para los niños de la misma escribió The Book of Nonsens (1846), de título intraducible, ya que su contenido es el género puramente inglés del ‘nonsense’ o poema disparatado. De esta modalidad es Lear el gran maestro, junto con Lewis Carroll. (…) Sus poemas, celebrados como antecesores del superrealismo, disfrutan de notable popularidad”.
Y volviendo a la taxonomía : Si se quiere hacerle honor homologable al original, el limerick debiera ser en castellano una estrofa de cinco versos rimados AAbbA: el primero, segundo y quinto, endecasílabos; el tercero y el cuarto, heptasílabos. Dato esencial es que la última palabra del primer verso tendría que ser un topónimo, y cuanto más difícil de rimar, tanto mayor mérito tiene el limerick.
Para que mejor lo entiendan, he aquí uno basado en un topónimo familiar a todos nosotros:
Aquella chicarrona de Bilbao
le dijo al chipichandle de Sestao:
–Ay chico, no me digas,
que se me caen las ligas
y luego contarás que m’has ligao.
En la rima se puede buscar adrede la dificultad, como queda comprobado con este otro ejemplo:
Un día, un pibe de Montevideo
inventó por su cuenta el bidé. O
sea, que puso los cojo-
nes un tiempo en remojo
para ahogar las ladillas. Laus Deo!
Confieso paladinamente que soy un fanático apasionado de los limericks y que he dedicado muchas horas de mi vida pecadora a la invención de algunos (vide supra et infra), y no pocas horas de charlas o de epistolomanía a tratar de convencer a algunos de mis amigos poetas en lengua de Castilla, para que aclimatemos al limerick en nuestras latitudes. Hasta ahora ha sido en vano, a pesar de haberles propuesto varios de los que opino que no son tan malos, p.ej.:
Una vez, una chica en Calahorra,
tan lerda y con tantísima pachorra,
en medio de un orgasmo
dijo con entusiasmo:
–Lo que a mí sí me gusta es Radio Andorra.
Seguiré combatiendo por la aclimatación del limerick en nuestra panoplia poética, cuya última adquisición fue el soneto, venido de Italia de la mano de Boscán, hace ya de eso todas las mañanas del mundo. Y lo seguiré haciendo porque el limerick permite ¡tanto sano regocijo!:
Juan Arteche, en el golfo de Campeche,
escabeche comió con Leguineche,
y al rato fue y le dijo:
–Parece que mi hijo,
de su papá heredó la mala leche.
¡Y tanto juego con la fonética peculiar que el español usa para masacrar los nombres extranjeros!:
Aquella chicarrona de Bilbao,
lectora declarada del gran Mao,
me dijo: –- No te enrolles,
querido Charles Bóyer;
el ministro de Higiene no es Lin Piao.
¡Y tanto doblesentido, más aún que sinsentido, al menos en castellano!:
Una muchacha de Bucaramanga,
a quien gustaba mucho la pachanga,
notó, bailando un tango,
que le crecía un mango
en el vértice mismo de su tanga.
A todas estas se dirán ustedes que los ejemplos aducidos no cumplen con la premisa de que la última palabra del primer verso sea un topónimo difícil de rimar porque cuanto más difícil de rimar tanto más meritorio será el limerick. Correcta la observación, pero es que en castellano resulta fácil rimar casi cualquier cosa. Intentémoslo con un topónimo extranjero:
Una vez un gamberro en Reykiavik
confesó padecer un raro tic:
chupándole una teta
a su amiga Julieta
creía estar chupando un tetrabrik.
En fin, ojalá que esta semilla que dejo aquí sembrada no se agoste en barbecho. Aunque sólo sea para que a los lectores de los suplementos dominicales de nuestros diarios les ofrezcan algún elemento de contraste con la oda al prócer o la elegía por la noviecita difunta (y refritada de Bécquer: no la novia, claro, sino la elegía) o el poema que se quiere importante, ¡oh!
Permítanme cerrar este panegírico del limerick con uno del que me siento orgulloso por su riqueza en rimas internas:
Una alpaca del Lago Titicaca
le dijo a una vaca de Cuernavaca:
–No es broma sino axioma
que un hematoma en Roma
cosa es más bien de toma que de daca.