José Ramón Márquez
The harder they come
The harder they fall
One and all
Jimmy Cliff
Un mazazo, hombre, un mazazo. Otro Canis Mortis a la calle, así, como un perro. Echan a Ballesteros sin motivo amediados de julio y nos dejan sin uno de nuestros mejores ‘ninots’ de la Plaza de toros.
¿Y qué tenía de malo Ballesteros? Él, que era un hombre del pueblo, con cara de hombre del pueblo, con vestimentas de hombre del pueblo, con aspiraciones de hombre del pueblo. ¿Qué tenía de malo él? Él, que era un científico, un veterinario que conocía las interioridades de los bichos como la palma de su mano, que donde muchos sólo podemos decir ‘mata un cochino y verás a tu vecino’, él veía el objeto de su estudio y de la aplicación de su ciencia; que se cuenta que Ballesteros fue el descubridor de un bálsamo de fierabrás en forma de ‘indición’ que atajaba el grave problema de las caídas de los toros durante la lidia y que, por envidias, nunca pudo llegar a comercializarlo. Y además, Ballesteros, un gestor que lo mismo te elaboraba un pliego de prescripciones técnicas que se ponía a repartir entradas a la puerta del desolladero, como una especie de sopa boba de cada domingo; que había que verle cómo entraba a la plaza desparramando la vista y luego cómo avanzaba por el callejón, que iba el hombre saludando a los de los burladeros bien orgulloso de su mando y su posición. Y, además, un caballero, que había que verle trotar por las escaleras hasta llegar a la andanada para cumplimentar a la Presidenta de la Comunidad, que no ha habido día que esa señora haya ido a la andanada y que el Ballesteros no haya estado como un edecán guardando la puerta. Y también un político fino y florentino, que hay que ver, cuando lo de Tamayo, como rápidamente declaró que él era un técnico y que su puesto no debía estar sujeto a los mudables vaivenes de la política y que, en cualquier caso, él era ante todo un hombre de progreso para lo que le quisieran mandar. Y Ballesteros también un tío cumplidor, que en los años que ha estado de gerente no ha habido acto ‘cultural’ que se haya celebrado en el Aula de Las Ventas en el que él no haya estado, y no por el vino español de después, sino por su afán de servicio y sentido del deber. Y, además, un andarín; que muchos proclaman el ecologismo y él lo ha ejercido a golpe de pinrel, todos los días del curre a casa y de casa al curre, y eso que no vive lo que se dice al lado de Las Ventas.
Tantas y tantas han sido las virtudes de nuestro buen Ballesteros que uno no deja de pensar en qué oscuros intereses pueden haber operado para poner en la calle a tan eximio servidor público. Y no deja de producir cierta tristeza el saber que ahora conocerá la vida desde el otro lado. Tendrá que acostumbrarse a ver que los que se arrojaban a él a pasarle la mano por el lomo con fruición, en demanda de su entradilla del 10 ó de un pase de callejón ahora ya ni le mirarán a los ojos. Tendrá que acostumbrarse a que no le llamen para nada. Que en los actos a los que acuda será uno más. Que los Choperón, de los que algún malintencionado decía que parecía su sirviente, lo arrojarán de sí como un kleenex usado. Tendrá que acostumbrarse a ser un anónimo más, y a lo mejor ahora hasta descubre que jamás le gustaron los toros.
The harder they fall
One and all
Jimmy Cliff
Un mazazo, hombre, un mazazo. Otro Canis Mortis a la calle, así, como un perro. Echan a Ballesteros sin motivo amediados de julio y nos dejan sin uno de nuestros mejores ‘ninots’ de la Plaza de toros.
¿Y qué tenía de malo Ballesteros? Él, que era un hombre del pueblo, con cara de hombre del pueblo, con vestimentas de hombre del pueblo, con aspiraciones de hombre del pueblo. ¿Qué tenía de malo él? Él, que era un científico, un veterinario que conocía las interioridades de los bichos como la palma de su mano, que donde muchos sólo podemos decir ‘mata un cochino y verás a tu vecino’, él veía el objeto de su estudio y de la aplicación de su ciencia; que se cuenta que Ballesteros fue el descubridor de un bálsamo de fierabrás en forma de ‘indición’ que atajaba el grave problema de las caídas de los toros durante la lidia y que, por envidias, nunca pudo llegar a comercializarlo. Y además, Ballesteros, un gestor que lo mismo te elaboraba un pliego de prescripciones técnicas que se ponía a repartir entradas a la puerta del desolladero, como una especie de sopa boba de cada domingo; que había que verle cómo entraba a la plaza desparramando la vista y luego cómo avanzaba por el callejón, que iba el hombre saludando a los de los burladeros bien orgulloso de su mando y su posición. Y, además, un caballero, que había que verle trotar por las escaleras hasta llegar a la andanada para cumplimentar a la Presidenta de la Comunidad, que no ha habido día que esa señora haya ido a la andanada y que el Ballesteros no haya estado como un edecán guardando la puerta. Y también un político fino y florentino, que hay que ver, cuando lo de Tamayo, como rápidamente declaró que él era un técnico y que su puesto no debía estar sujeto a los mudables vaivenes de la política y que, en cualquier caso, él era ante todo un hombre de progreso para lo que le quisieran mandar. Y Ballesteros también un tío cumplidor, que en los años que ha estado de gerente no ha habido acto ‘cultural’ que se haya celebrado en el Aula de Las Ventas en el que él no haya estado, y no por el vino español de después, sino por su afán de servicio y sentido del deber. Y, además, un andarín; que muchos proclaman el ecologismo y él lo ha ejercido a golpe de pinrel, todos los días del curre a casa y de casa al curre, y eso que no vive lo que se dice al lado de Las Ventas.
Tantas y tantas han sido las virtudes de nuestro buen Ballesteros que uno no deja de pensar en qué oscuros intereses pueden haber operado para poner en la calle a tan eximio servidor público. Y no deja de producir cierta tristeza el saber que ahora conocerá la vida desde el otro lado. Tendrá que acostumbrarse a ver que los que se arrojaban a él a pasarle la mano por el lomo con fruición, en demanda de su entradilla del 10 ó de un pase de callejón ahora ya ni le mirarán a los ojos. Tendrá que acostumbrarse a que no le llamen para nada. Que en los actos a los que acuda será uno más. Que los Choperón, de los que algún malintencionado decía que parecía su sirviente, lo arrojarán de sí como un kleenex usado. Tendrá que acostumbrarse a ser un anónimo más, y a lo mejor ahora hasta descubre que jamás le gustaron los toros.