martes, 13 de julio de 2010

Pica en Flandes, o al menos en Pamplona



Jorge Bustos

Cuando ustedes lean esto, bien los desbordará una euforia homérica o bien los ocupará una melancolía tan acre como el úrico olor que infesta Pamplona. Escribo expectante, lamentablemente incapacitado para pensar en nada que no sea la final, agitado por una incontinencia de ilusiones. ¿Beberemos zumo de naranja mecánica? ¿Reviviremos la rendición de Breda o bien la batalla de Rocroi? Uno sabe que el fútbol aglutina estos días toda la potencia simbólica de la nación, pero a falta de billete para Joburgo me fui a los toros, a la sexta de la Feria de San Fermín. David Mora, Iván Fandiño y Joselillo debían liquidar seis morlacos de la ganadería de Dolores Aguirre Ybarra, que fue meritoria al decir de los entendidos, caso que no es el mío, por desgracia.

Sabrán ustedes que ir a los toros en Sanfermines no es precisamente como ir a Las Ventas. Aquí la afición se divide en dos grupos: está el de los borrachos que van a los tendidos de sol a seguir cociéndose y a dedicar al toreo la misma atención que la Fiscalía a los millones de Bono, y está el de los sobrios que eligen sombra y tratan de centrarse en las evoluciones del matador chistando infructuosamente a las peñas de mamados. Ya es mayor variedad de lo que uno puede encontrarse en la calle, ámbito vedado al segundo grupo. Ésta es la única plaza del mundo en que las entradas de sol cuestan casi lo mismo que las de sombra –una de éstas me salió por 28 euros, y es que aquéllas se terminaron antes-, y los guiris las compran pensando que el colmo del localismo navarro consiste en sumergirse literalmente en barriles de vinacho y tararear la Chica ye-yé o la tonada del Equipo A que atacan de improviso las charangas atrincheradas en lo alto del tendido 7. He visto cabras en Gredos comportarse más civilizadamente que las peñas de sol.

Mora y Fandiño pasaron sin mucha gloria. El público se animó algo cuando uno de los toros derribó al caballo de una embestida y cuando el tercero volteó al banderillero. En ambos casos un rumor estremecido corrió por la plaza interrumpiendo hasta el intercambio parabólico de cabezas de gamba con que los tendidos 7 y 8 se agasajaban y entretenían la tarde. La cogida dejó la taleguilla más o menos como el Estatut deja la Constitución, pero como al hombre no le pasó nada, cada cual volvió pronto a lo suyo. Hasta que un picador se pasó con el sexto y se lo cargó ahí mismo. El concierto de abucheos que se desató debió de oírse en Olite. En penitencia salió un séptimo que fue el que encandiló a la afición y el que permitió a Joselillo cortar dos orejas a base de un toreo efectista, con cambiadas de rodillas y mucho desplante y rasgado de pechera. Sólo faltó una tía vestida de faralaes marcándose un zapateado en mitad del coso para que los guiris terminaran de delirar de españolismo. Puerta grande para Joselillo y todos desfilando hacia el centro para desalentar al último tipo sereno que quedara en la ciudad.

Una amiga que veía la corrida a mi lado comentaba que algo tan bonito no podía desaparecer. Que se lo diga a los tabarreros de la manifa catalana, que no han leído a Pla: “El catalanismo no debe prescindir de España porque los catalanes fabrican muchos calzoncillos, pero no tienen tantos culos".

(La Gaceta)