Jorge Bustos
Un poco salada el agua de la Malvarrosa para mi gusto. Si no es la playa urbana más espaciosa de España será la segunda, y tan rasante que cuando la marea está baja uno debe meterse más o menos hasta rozar Formentera si quiere tener el agua al cuello y nadar con tranquilidad. Lo que sí otorga a Valencia un indiscutible liderato es su puerto, el primero del Mediterráneo occidental por volumen de mercancías. Un paseo bajo los intimidatorios tentáculos de sus grúas no está desprovisto de cierto lirismo mecanicista, estilo Torre Eiffel, el cual se disipa rápidamente cuando llegan hasta uno las interjecciones de los estibadores. También abundan enormes embarcaciones de recreo, que conjuntan con esta crisis como una tarántula en un trozo de bizcocho. Investigué algo por ver si daba con un yate de Bono, pero no encontré ninguno con forma de ático, ni de hípica.
Mi hotel está situado muy cerca de dos símbolos antagónicos de la Valencia moderna. Unas manzanas más allá de mi ventana se despliega hacia el mar el antiguo barrio marinero del Cabañal, hoy en el centro de la polémica debido a un cúmulo de paradojas alentadas por intereses partidistas. Resulta que cuando los socialistas gobernaban Valencia, allá por el Mesozoico superior, diseñaron el derribo del muy deteriorado Cabañal -1.603 viviendas, con realojos previstos de todos los vecinos- para trazar una gran avenida prolongando la de Blasco Ibáñez que conectara directamente el centro urbano con el Mediterráneo. Luego ganó el PP, y mantuvo el proyecto, pero éste no se emprendió de inmediato. Hasta que Rita Barberá decidió sacar la excavadora y tropezó con las asociaciones de vecinos, que encarecen las bondades arquitectónicas de sus callejuelas y fachadas, ciertamente yuxtapuestas con una graciosa espontaneidad. Lo que también es allí muy espontáneo es el consumo de drogas: pasear de noche por el Cabañal viene a ser como cubrir íntegra la ruta del bacalao en tiempos de Chimo Bayo. Por eso, buena parte del vecindario apoya a Barberá. El plan de momento sigue parado. ¿Adivinan por quién? ¡Por Ángeles González-Sinde! Sin-descargas. Sin-derribos.
El extremo opuesto en el orden de las bellas artes -y las ciencias- viene representado por el complejo ciclópeo de Santiago Calatrava, que incluye acuario, ópera, museos, cines, paseos ajardinados y otras futuristas invenciones de un blanco emblemático que, me temo, cumplen un papel más ornamental y propagandístico que demandado y popular. O sea, como el Madrid Río de Gallardón. Nuestros políticos, al fin y al cabo, vienen de los faraones, y es natural que les guste lo faraónico. Lo malo es que en Egipto los bloques de piedra los acarreaban los esclavos y en las actuales democracias los bloques de impuestos los acarreamos igualmente los contribuyentes. En fin, reconozco que es agradable visitar la campanuda Ciudad de las Artes y las Ciencias... sobre todo porque no va nadie. Por cierto, que también el proyecto de Calatrava fue objeto de desalentadoras paradojas: lo presupuestó el PSOE y el PP criticó el despilfarro; lo inauguró Zaplana y el PSOE criticó el despilfarro. Un clásico español. Ahora díganme si veo el debate del Congreso o me voy a la playa.
(La Gaceta)
Un poco salada el agua de la Malvarrosa para mi gusto. Si no es la playa urbana más espaciosa de España será la segunda, y tan rasante que cuando la marea está baja uno debe meterse más o menos hasta rozar Formentera si quiere tener el agua al cuello y nadar con tranquilidad. Lo que sí otorga a Valencia un indiscutible liderato es su puerto, el primero del Mediterráneo occidental por volumen de mercancías. Un paseo bajo los intimidatorios tentáculos de sus grúas no está desprovisto de cierto lirismo mecanicista, estilo Torre Eiffel, el cual se disipa rápidamente cuando llegan hasta uno las interjecciones de los estibadores. También abundan enormes embarcaciones de recreo, que conjuntan con esta crisis como una tarántula en un trozo de bizcocho. Investigué algo por ver si daba con un yate de Bono, pero no encontré ninguno con forma de ático, ni de hípica.
Mi hotel está situado muy cerca de dos símbolos antagónicos de la Valencia moderna. Unas manzanas más allá de mi ventana se despliega hacia el mar el antiguo barrio marinero del Cabañal, hoy en el centro de la polémica debido a un cúmulo de paradojas alentadas por intereses partidistas. Resulta que cuando los socialistas gobernaban Valencia, allá por el Mesozoico superior, diseñaron el derribo del muy deteriorado Cabañal -1.603 viviendas, con realojos previstos de todos los vecinos- para trazar una gran avenida prolongando la de Blasco Ibáñez que conectara directamente el centro urbano con el Mediterráneo. Luego ganó el PP, y mantuvo el proyecto, pero éste no se emprendió de inmediato. Hasta que Rita Barberá decidió sacar la excavadora y tropezó con las asociaciones de vecinos, que encarecen las bondades arquitectónicas de sus callejuelas y fachadas, ciertamente yuxtapuestas con una graciosa espontaneidad. Lo que también es allí muy espontáneo es el consumo de drogas: pasear de noche por el Cabañal viene a ser como cubrir íntegra la ruta del bacalao en tiempos de Chimo Bayo. Por eso, buena parte del vecindario apoya a Barberá. El plan de momento sigue parado. ¿Adivinan por quién? ¡Por Ángeles González-Sinde! Sin-descargas. Sin-derribos.
El extremo opuesto en el orden de las bellas artes -y las ciencias- viene representado por el complejo ciclópeo de Santiago Calatrava, que incluye acuario, ópera, museos, cines, paseos ajardinados y otras futuristas invenciones de un blanco emblemático que, me temo, cumplen un papel más ornamental y propagandístico que demandado y popular. O sea, como el Madrid Río de Gallardón. Nuestros políticos, al fin y al cabo, vienen de los faraones, y es natural que les guste lo faraónico. Lo malo es que en Egipto los bloques de piedra los acarreaban los esclavos y en las actuales democracias los bloques de impuestos los acarreamos igualmente los contribuyentes. En fin, reconozco que es agradable visitar la campanuda Ciudad de las Artes y las Ciencias... sobre todo porque no va nadie. Por cierto, que también el proyecto de Calatrava fue objeto de desalentadoras paradojas: lo presupuestó el PSOE y el PP criticó el despilfarro; lo inauguró Zaplana y el PSOE criticó el despilfarro. Un clásico español. Ahora díganme si veo el debate del Congreso o me voy a la playa.
(La Gaceta)