Cristina Losada
Varios sindicatos han muerto. Lo he sabido por su certificado de defunción, cuyo texto dice así: "Esperanzita como me quites el 5 por el culo te la hinco". Tal cual, sin una coma de más ni una obscenidad de menos, era el mensaje del cartel que ornaba la mesa del comité de huelga del Metro madrileño. Al ver esa malsonancia he tenido una sensación penosa: hemos perdido algo y yo, desde luego, me he perdido algo. En lo que a mí respecta, me he perdido el punto de inflexión en el cual los sindicatos españoles, los mayoritarios y otros cuantos, dejaron de ser lo que fueron para convertirse en bandas de macarras.
Una ha sido testigo de huelgas salvajes y de coacciones piqueteras. Daba por sentado que el matonismo era aquí, como allí, la enfermedad senil del sindicalismo, muy parecida a la infantil, por otra parte. Pero ni la creciente zafiedad ambiental me había puesto ante la evidencia palmaria de una metamorfosis tan degradante. Han sido los del Metro, con el tono soez y pendenciero de sus chulos de barra americana, los que me han dado la noticia, mala noticia, del fallecimiento del "movimiento obrero" de antaño.
A finales de los setenta fui miembro de CCOO y de un comité de empresa. Por entonces, me dedicaba a la información laboral y los trabajadores en conflicto venían a verme sabedores de que intentaría evadir la censura y publicar sus cuitas. Conocí a Sartorius, a Camacho, a Zufiaur y a tantos otros. Estuve en asambleas, encierros y huelgas. Jamás asistí a nada parecido a las orgías tabernarias que ahora monta la trouppe de liberados sindicales.
El estilo, me dirán, es lo de menos y lo de más, el hecho de que una minoría puede "reventar" una ciudad y las que hagan falta, que no serán nunca –por mucho que sueñen las ovejas– aquellas gobernadas por la izquierda. Pero todo está en las formas. La aristocracia obrera, la que forman los privilegiados cuyos empleos no corren peligro, ha resultado ser la hez del lumpen. Y a excitadores del resentimiento social del lumpen se han rebajado y reducido los sindicatos mentados. Incluso cuando Pablo Iglesias amenazó a Maura lo hizo con elegancia formal: "Hemos llegado a considerar que antes de que Su Señoría suba al poder debemos ir hasta el atentado personal". Entre esa frase y "por el culo te la hinco" media la distancia entre la civilización de un sindicalismo revolucionario y la barbarie de este sindicalismo reaccionario.