jueves, 3 de diciembre de 2009

NIÑOS, HOY VAMOS A HACER UN EDIFICIO...

San Cebrián de Mazote

José Ramón Márquez


Edificios que parecen hechos con la arquitectura aquélla de madera que te regalaban por Reyes, colorines, infantilismo, casas que parecen gominolas… todo eso es lo que perpetran a diario en nuestras ciudades los arquitectos, transformándolas en muestrarios de sinsentidos, en disneylandias en las que nos meten a vivir.

Estaremos de acuerdo en que puede haber un genio por generación. Mies van der Rohe, lo fue. Le Corbusier, también, y Frank Lloyd Wright y alguno más por ahí que se me pase, seguro. ¿Y los demás? Pues a chupar rueda. Algunos son serios y correctos. En España están Arniches, De la Sota, Fisac, Oíza, Gutiérrez Soto. Modernos sin estridencias, elegantes, con base muy académica, hombres cultos y con muy buena formación. Son sólo buenos arquitectos, nada más, no artistas inmarcesibles.

Entonces, ¿de dónde viene esta invasión de infantilismo de las ciudades? Pues mi hipótesis es que se trata de gente sin formación, y en muchos casos, que incluso ni saben dibujar. Actualmente los edificios los hace el ordenador, las estructuras las calcula el ordenador, la realidad virtual la mete el ordenador y a los arquitectos les falta cultura y reflexión y les sobra ego. El caso que más ilustra este tipo de arquitecto depredador es el pobre Moneo. El tío hizo una obra espléndida que es el museo de Arte Romano de Mérida –torero de una sola faena, como Julito Aparicio- y luego se ha dedicado a llenar España de memeces como el muy envejecido prematuramente edificio de La Previsión en Sevilla o el absurdo Ayuntamiento de Murcia, en ‘diálogo’ dirán ellos, con la Catedral, que se lo come, literalmente. Impera entre los guías turísticos el titulillo ‘Es de Moneo’, que podría ser mejorado con ‘Esa birria es de Moneo’.

-Se debería condenar a los arquitectos a habitar al menos durante seis meses en las casas que proyectan, para que aprendan de sus errores -propone desde hace décadas Tomás Martín de Vidales.

Urge esa ley, pendiente de estudiar y aprobar por el Parlamento, que humanizaría la arquitectura y serviría como cura de humildad para los descendientes del anónimo al que se le ocurrió poner en pie San Cebrián de Mazote.