Mapa invertido de América del Sur. Tinta sobre papel. 1943
Colección de la Fundación Torres García. Montevideo
Colección de la Fundación Torres García. Montevideo
José Ramón Márquez
América se le resiste. El otro día fue en México, ayer en Ecuador. Hay algo que no funciona con Tomás en América, que a estas alturas aún no puede presentar un triunfo incontestable en el continente. ¿Es allí su toreo distinto del de aquí? Pienso que no. ¿Los toros? Sinceramente, no creo que los bondadosos toros americanos le metan miedo al de Galapagar.
Una tarde me contó Roberto Cardo –que ha matado Tulios, y los carteles lo demuestran- que siempre le había sorprendido que en América los toros vivían en unos herbazales en que el pasto les llegaba a la barriga y que, en su opinión, eso les hacía más pastueños y les dotaba de un mejor carácter que el de los de la península, acostumbrados a vivir con más estrecheces.
Un chusco -yo mismo- podría decir que la clave del fracaso de Tomás en América se debe a que le falta la presencia querida y alentadora de sus fetiches, los Cuvillos, pero supongo que lo que le habrán echado por aquellas lejanas tierras no habrá sido de mucha mayor presencia que la de los delicados Cuvillos. Descartada esa opción, sólo queda una explicación plausible: si los toros son equivalentes y el torero es el mismo, lo que falla es el público, y exactamente lo que falla es que en esas plazas lejanas le falta la cobertura de esos trescientos o quinientos hooligans que le siguen como al profeta por todos los cosos, le falta el concurso de sus medios adictos que venden el carbón como diamante, le falta la opinión pública, que en España le iza como estandarte de diversas guerras.
En América, Tomás es sólo un torero más, presto a escribir su leyenda con la muleta en las manos, pero resulta que en América el grande, el imprescindible, se llama Enrique Ponce.