domingo, 4 de octubre de 2009

FERIA DE OTOÑO / EL TORO DE MADRID ES EL CUVILLO

¡Cielos, Madrid!

José Ramón Márquez

Dieciocho toros del Cuvillo en Madrid en esta temporada. El toro de Madrid es el Cuvillo. Los números cantan: 18 toros. Se dice pronto los 18 idiotas que hemos visto corretear por el ruedo de Las Ventas, con todos los pelajes, el jabonerito claro, el jabonerito oscuro, el coloradito, el negrito, el castañito, el listoncito. 18 cuvillejos trotando por Las Ventas, lo mismo que estarían en Vejer, con su inocencia de animales sin maldad y sin intenciones torcidas, con sus pitoncitos, con sus numeritos en el costado y todo. Y también se dice pronto lo que los listos nos sermonean a propósito de semejantes animaluchos... que si la calidad, que si la nobleza. Hasta hablan de bravura. Bueno, si por San Isidro estaban dispuestos a darle los premios a un jabonerito inmundo del Cuvillo porque un torerazo le hizo el favor al ganadero de lucir el bichejo. Si serán listos que hasta les pareció bueno.

Pues hoy, frente al auténtico toro de Madrid, dos artistas y un francés. Una cosa versallesca. Van andando por la plaza el francés y el de La Puebla y, en la inmensidad del ruedo, se ceden el paso el uno al otro con educación exquisita. ¡Fiesta bárbara!, dicen algunos. ¿CÓmo? Si aquí brillan la urbanidad y los buenos modales.

El francés se llama Sebastián Castella y torea para las masas, que le agradecen un montón su dedicación. Principia con el tostón de las pedresinas y luego todo lo demás, muy visto y muy sobado, pero la plaza ruge. Bendito público que nos costea el espectáculo a los aficionados. No censuremos su deplorable gusto ni su falta de nociones taurómacas, simplemente aceptemos el que pidiesen las orejas con ahínco a cambio de que nos vayan ayudando a sufragar nuestra afición, pues este ridículo de hoy es tan solo un peaje que estamos obligados a pagar. A lo mejor el presidente ése que se pone en el palco con toda esa banda que se sienta detrás (¿quiénes serán?) debía haber sido menos diligente en sacar el pañuelo a toda mecha, que parecía Billy el Niño, pero posiblemente estuviese en el guión que este buen francés hoy debía abrir la Puerta Grande a cualquier precio, y el querido presidente, que creo que se llama Manolo, no iba el hombre a estropear esta fiesta, este jolgorio, este nuevo momento histórico e irrepetible.

Morante no quiso ver ni al primero ni al segundo. Dejó múltiples ‘oles’ congelados en las gargantas de tantas señoras –y algún caballero- que le adoran y que se quedaron en el simple ¡ooooo! Bueno, al menos es una vocal redonda y bonachona. Algo es algo, pero este Morante es casi nada. Los listos le llevan cantando la temporada como si fuese buena y ya se sabe que algunas cosas a base de repetirlas acaban calando. De momento, que le vayan preparando quince o veinte páginas en el Cossío para todas las grandes faenas que le restan por hacer.

Aparicio me emocionó una vez de verdad, así que por respeto a aquella gran tarde de toreo lo prudente es no hablar hoy tampoco de él.