Rafael el Gallo, Jacinto Benavente, Joselito Gallo, María Guerrero y Margarita Xirgú
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A Agustín de Foxá, prohibido por el Ayuntamiento de Sevilla
LO QUE SE PUEDE DECIR Y NO SE PUEDE DECIR
Por Julio Camba
¡Dichoso el señor Benavente, que en pleno régimen de excepción puede decir todo lo que quiere! Claro que, en último término, una libertad análoga está al alcance de cualquiera. Si todo lo que yo quisiera decir, en efecto, fuese lo mismo que dice el señor Benavente, esto es, si yo quisiera decir que puedo decir todo lo que quiero decir, ¿qué duda cabe de que podría decirlo?
Y lo curioso es que, según el señor Benavente, yo no quiero decir mucho más que eso. Don Jacinto sostiene que sería absurdo el concedernos una mayor libertad de expresión, no porque suponga que tengamos muchas y muy terribles cosas que expresar, sino, al contrario, porque opina que no tenemos que expresar ninguna. Es como si propusiera el desarme de todos los hombres pacíficos, diciendo:
–¡Si fueran a asesinar a alguien! Pero incapaces como son de matar a una mosca, ¿para qué se les va a dejar que usen cuchillos ni revólveres?
Por mi parte, si en vista de que Fulano es un charlatán, veo que se le niega mañana el derecho a la palabra, consideraré quizá esta medida como desprovista de espíritu liberal, pero no como exenta de lógica. En cambio, si se le impide hablar a Zutano so pretexto de que es mudo, ya no serán mis principios ideológicos los que se sientan heridos, sino más bien mi dignidad de ser pensante; mi orgullo de ciudadano antropomórfico dotado de raciocinio.
¡Dichoso el señor Benavente! ¡Dichoso este ilustre don Jacinto, que no sólo puede decir que tiene libertad para decir todo lo que quiere decir, sino que, de un modo práctico, demuestra tenerla haciendo esas comedias tan finas y tan espirituales que parece talmente como si las hubiesen fabricado en el propio bulevar de la Madeleine!
Porque ya no se trata de la previa censura ni de nada parecido. Se trata del drama íntimo de todo escritor, que cuanto más se eleva en su arte y cuanta más conciencia artística adquiere, tanta mayor dificultad encuentra para volcar su alma en el molde grosero de la palabra. Uno es bien poca cosa, después de todo, ilustre don Jacinto. No ha escrito uno La Malquerida, cosa lamentable –el no haberla escrito, se entiende–, ni la ha cobrado, lo que también es bastante de lamentar. No pertenece uno a la Academia, ni hay probabilidad de que llegue a pertenecer nunca. No le han dado a uno el premio Nobel, y si es uno hijo de un pueblo, porque en alguna parte ha tenido que nacer uno, lo es al igual de todos los otros hijos del mismo pueblo y no de esa manera extraordinaria como usted es hijo de Madrid. En resumen, don Jacinto, que no tiene uno categoría, y no teniendo categoría tampoco tiene responsabilidad. Nuestra misión de escritores es bien pequeña, y, sin embargo, nunca consideramos haberla cumplido debidamente. No tenemos apenas nada que decir, como usted afirma con gran acierto; pero, aun sin previa censura, jamás logramos decir todo lo que queremos. Y he aquí que usted –académico, premio Nobel, hijo predilecto de Madrid, Intereses creados y Malquerida–, usted, cuyos grandes pensamientos tienen forzosamente que superar en mucho a los nuestros, no halla el menor obstáculo para expresarlos. La previa censura no merma en nada su libertad de escritor. La censura propia o autocensura, tampoco. Está usted satisfecho de los censores oficiales y, sobre todo, está usted satisfecho de sí mismo. ¡Dichoso usted! En cuanto a su libertad para decir lo que quiere, mientras lo que usted quiera decir sea que tiene usted esa libertad, ¿a asunto de qué va usted a decírnoslo?
No se moleste usted, señor Benavente. No vale la pena...
(Del libro Maneras de ser español, de Luca de Tena Ediciones)