lunes, 25 de abril de 2022

Casi todos del Betis


Peña Bética de Nueva York

 


 Borja Iglesias


Francisco Javier Gómez Izquierdo

         Tengo contado que he estado apuntado, entiéndase de abonado con coste anual, a tres equipos: Burgos, Córdoba y Osasuna. Asistí durante la mili a muchos partidos de la Real Sociedad con un carné que me facilitaba el páter de Loyola y el poco tiempo que viví en Castellón acudí de vez en cuando al viejo Castalia. Por todos esos equipos tengo inclinación pero hoy vivo como bígamo legalizado con mi Burgos y mi Córdoba al tiempo que guiño el airoso caminar de la Real. No me caen mal el resto de los clubes. Menos tres: los dos grandes y el Levante, por un triste suceso que muchos de ustedes ya conocen. Al Betis lo empecé a apreciar en la Copa que ganó al Athletic "a los penaltys", cuando Esnaola se hizo inmortal para el beticismo y los autobuses de aficionados bilbaínos sufrieron al pasar por la Nacional 1 en Gamonal tras la derrota una especie de horcas caudinas que reprochaban su irreductible fanfarronería. "¿Los de Bilbao? Son majos pero mu fanfas" se dice por Burgos... y por todos los sitios. Aquel día los béticos, con Esnaola al mando, entraron en los corazones burgaleses y se apoderaron del todo de ellos veinte años después, el año que bajamos, ¡bueno!, desaparecimos y ellos subieron a Primera en un viaje desde Sevilla que el Canal Plus lo convirtió en epopeya. En las casas de muchos béticos hay trozos de césped y de las redes de las porterías de El Plantío y entre los lugares de peregrinación de su particular santoral, el campo que a servidor habría de marcar para toda su vida está en su devocionario. "Allí subimos en el 94" me recuerda mi vecino Paco el del Corte Inglés al que felicito con alegría.
      

Cuando el Córdoba bajó a los infiernos estuve tentado de apuntarme al Cádiz o al Betis por ver el fútbol "de la élite", pero la peste y otros imponderables frenaron esos impulsos de drogadicto que atacan al aficionado refractario a cualquier tratamiento. Queda claro que el sábado "iba con el Betis" y apostaba por una faena histórica de Borja Iglesias al que le tengo una fe inquebrantable. Hace cinco años creí, y así lo puse en Salmonetes... que estábamos ante un fenómeno del gol. El delantero ideal para la selección. Vino a principio de Liga con el Zaragoza y nos ganó él solo. Dos golazos sensacionales, un penalty clamoroso que no le pitaron, una victoria incontestable de un tío que asombró a El Arcángel y tuvo acogotada a la defensa cordobesa. La trayectoria de Borja Iglesias no es la que servidor presumía, pero el testarazo de la final de Copa añade muchos puntos para convertirlo en canon de lo que el fútbol inglés -el país que inventó el asunto- entiende por ariete.
       

El beticismo sufrió porque es su signo de identidad, porque los postes iban con el Valencia y "¡No te digo ná cuando llegamos a los penaltys y ya no estaban los "más güenos". Ni Fekir, ni Canales, ni el Panda, ni Juanmi...". La victoria siempre es atractiva pero casi todas carecen de la gracia y el salero, mejor el ángel, con las que la visten la familia bética. Familia que la compone una infinidad de gentes a la que no queda más remedio que admirar y querer. Fue cosa digna de ver todo este fin de semana la felicidad que puede llegar a repartir el fútbol de "los otros" como dice Don Gerardo Piqué. Sin importarles el dinero. Incluso costándoles. "Eso" que tienen los béticos y los atléticos se puede llegar a imitar, pero es imposible engañar a la Naturaleza.