[Bernard Blisténe, director del Centro Pompidou,
en el Palacio de la Magdalena, Santander, España.
Detalle. VICTOR SAINZ]
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Dos progres de serie (¡nada que ver con Jean Clair!), Borja Villel, del “Sofidú”, y Bernard Blistène, del Pompidou, BV y BB, buscan oreja para dar su chapa con el parón del arte (¡cornudos del viejo arte moderno!, que dijera el genio de Cadaqués).
En el Pompidou no entramos, pero del “Sofidú” dice un amigo, y dice bien, que sólo salva sus números a base de Picasso los años pares y de Dalí los impares. Por Twitter corre la performance brasileña de un tipo corito echado en el suelo (¡hay que salvar los números!) mientras una guía de la sensibilidad anima a una niña de unos cinco años (¡que traigan un niño de cinco años!, fue el grito de Groucho) a tocar al gorilón.
La túnica, desde luego, es más civilizada que la desnudez, pero vivimos en la era de la espontaneidad, y lo espontáneo en el hombre es el gorila. Dejo el toro de andarse en pelotas para un mano a mano BV-BB, aunque BB ya ha ido más allá del gorila, al posar con zapatillas sucias de la calle (en estos viejales, las zapatillas son la forma de hacerse pasar por jóvenes) sobre la tela de un sofá del Palacio de la Magdalena.
La civilidad es mala. En su controversia con Hobbes, Rousseau nos vende que los salvajes se pegan menos que los civilizados, simplemente porque carecen de motivos, ya que sus pasiones básicas están satisfechas. Cuando lo leyó, el pobre John Adams (el mismo que a una señora que preguntó que hacían todos en Filadelfia respondió: “¡La república de las leyes!”) anotó:
–La calma de las pasiones en los salvajes ha! ha! ha!
No estamos contra la desnudez. Ni siquiera la Inquisición, recuerda Albornoz, excluye el desnudo del arte español, y pone por ejemplo la velazqueña “Venus del espejo” (esposa del artista, en barrunto ramoniano). Esquilache acorta dos dedos la capa de los tíos, y “Beatriz Galindo”, en “El Sol”, acorta dos palmos la falda de las tías:
–Se nos dirá que fuera recomendable el desnudo completo, y ¿quién puede dudar que así es, en efecto? Nada hay más puro que el desnudo.
Ha! Ha! Ha!