Juan de Dios Huarte
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando Santayana, madrileño de Ávila (donde veraneaba), vivía en Boston, llamó a la puerta una vecina, viuda rica con pretensiones intelectuales, para invitar al Club Platón de Roxbury (todas las damas distinguidas del lugar), que se reunía quincenalmente en su casa, a la madre del filósofo, que declinó la invitación. Pero, si no estaba interesada en “conocer” a aquellas damas de alto rango, ¿“qué” era lo que “hacía”?
–En mi invierno procuro mantenerme caliente y en verano procuro mantenerme fresca –contestó mamá Santayana, para regocijo de su hijo, orgulloso de que ni Diógenes hubiera echado más secamente a la presidenta del Club Platón de Roxbury.
En el veraneo del Norte el Club Platón está en la playa, donde las damas de acrisoladas virtudes se dividen en dos: las que procuran mantenerse calientes y debaten en círculo cuestiones filosóficas (con el dedo gordo del pie trazan rayitas en la arena para anotarse los puntos dialécticos que consiguen) y las que procuran mantenerse frescas y se sientan, solas, en una piedra a rezar jaculatorias como la de la madre de Tony Soprano (“¡Ay, Señor, cuándo me llevarás!”), aunque entonces rompe una ola en sus pies y les sale el Holderlin que llevan dentro pidiendo “¡Sólo un verano más!”
En el Estado del Bienestar la salud es una cosa de números (la cola del ambulatorio, el recibo del seguro privado, etcétera), pero antes era una cosa de letras: el bilioso aborrecía el estío y se holgaba con el invierno. La clave es la destemplanza. Discurriendo por las facultades que gobiernan al hombre destemplado, Juan de Dios Huarte llegó a la misma conclusión que nosotros en la barra del chiringuito: el bilioso desea alimentos fríos y húmedos, y el flemático, calientes y secos. Aquél se pierde por mujeres y adora el mando, y éste las aborrece y estima más hartarse de dormir que todos los señoríos del mundo.
Lo cual se resume en el escolio platónico del marqués de la Valdavia:
–Madrid en agosto es ideal. Lo malo es que refresca por la noche.