Bessie Braddock
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la siesta de la playa se me pasa por la cabeza el “¡Quién pudiera emigrar!” de Benavente en ABC (noviembre del 31) cuando en el teatro Fontalba un destacamento de jabalíes protestaba contra una frase sin importancia, “aquí, en donde políticos eminentes han soportado chistes, coplas y groserías del peor género”.
–Dolor del ambiente –lo llama Ruano–, donde ni aun la gallardía de la disidencia se tolera, sin comprender que la disidencia es lo único que puede dar luz a los unos y a los otros.
Ser y estar. En la vida oficial, nuestro ser es la socialdemocracia, y nuestro estar, el “agit prop”, que en Occidente va para cien años. Cada vez que un Krauze llama “nazi” y “tonto” a Trump, una “Heliconia episcopalis” arde en la Amazonia. “Nazi” y “tonto” son cosas que Peridis ya llamaba a Reagan. En Londres ni siquiera recuerdan que el “bebé gordo” de Trump fue un día el “bebé gordo” de Churchill, cuyo memorable discurso del Telón de Acero en Fulton, Misuri, fue calificado de “alarmista” y “desafortunado” por los señoritos de “The Times”, para quienes la democracia occidental y el comunismo tenían “mucho que aprender uno del otro”.
Recopilados por Boris Johnson, Churchill recibió de sus adversarios (a izquierda… ¡y a derecha!) los siguientes requiebros: chaquetero, fanfarrón, egotista, bribón, cateto, granuja, borracho, aventurero, “medio americano”, traidor, rata, acosador, “otro Goering”, “blando y retórico, carente de principios o incluso de toda visión de los asuntos públicos”, racista, sexista, imperialista, sionista, supremacista ario y anglosajón, defensor de la eugenesia…
Lord Halifax (“aquel señor tan alto y tan flaco, paladín del entendimiento con Hitler, el que iba de cacería con Goering”) no soportaba la voz de Churchill, que “rezuma oporto, brandy y babas de cigarro puro”.
–Winston, está usted borracho –le dijo en el 46 la laborista Bessie Braddock.
–Señora –replicó Churchill–, usted es fea, y yo mañana por la mañana estaré sobrio.
Agosto augusto.