Winston & Clementine
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Copado por las fuerzas periodísticas del Yin, el heteropatriarcado Yang se bate en retirada, y este agosto apenas hemos visto conquistas en la playa. Bien mirado, es el triunfo de la abstinencia que proclamaban (“¡Gozo tanto al decir no!”) las catequistas de Oklahoma en los 90, copiada (mal, muy mal) por la inclusiva Carmen Calvo (y Calva), pensionada con una vicepresidencia del gobierno español.
–Hay que acabar con el estereotipo del amor romántico: es machismo encubierto.
Carmen Calvo (y Calva) es lo más parecido que conozco al Chino de Leganés, que una vez, en la andanada de Las Ventas, se dirigió a Dragó en los siguientes términos: “¡Eh, tú! ¡El de los libros! ¡Que sepas que yo no he leído ningún libro y sé más de todo que tú!” Es el mismo Chino que en un banquete platónico alrededor de una fuente de “pollejo” (pollo y conejo asados a la diabla) sorprendió a los comensales con una revelación que, como ocurre con las de Calvo (y Calva), nadie le había pedido:
–Yo no soy romántico. Yo soy más de follar.
El problema del Chino es que las putas le decían que tenían novio, y los socialistas, que la prostitución es “una sinergia del patriarcado con el capitalismo liberal”, en fórmula de Calvo (y Calva). Algo debe de haber de eso, porque el sinvergüenza de Gabo justificó la revolución cubana (el hamponato de los Castro y su medio millón de vagos, hoy, del partido comunista) porque “había putas” en La Habana vieja, antes de los campos de reeducación para “mariconsones” (“el trabajo os hará libres”) en Guanahacabibes.
Hasta que nuestros liberalios descubrieron “Don Angelo”, el amor romántico era una causa liberal. Churchill fue romántico. Cuando él era el único personaje en el mundo que luchaba contra los nazis (esto nunca se dice bastante), aún tenía humor para entrar en casa saludando con un guau-guau a Clementine, que le respondía con un miau. En las cartas ella firmaba con el dibujo de un “pussie”, y él, con el de un “pig”.