domingo, 4 de agosto de 2019

El lobo

ABC, 9 de Febrero de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Karl Popper, que era vienés, tenía la teoría de que el pensamiento comienza, no con el aburrimiento, sino con la mentira, y sostenía que el lenguaje nace siempre de gritar en broma «¡Que viene el  lobo!»  (La utilización lúdica de los gritos de alarma conduce al niño por vez primera a la mentira, de la que surge el problema de la verdad, y con él, el problema de la representación.) Bueno, pues, según todos los periódicos, el lobo ya ha venido: es austríaco, se llama Jorg Haider, y, según algunos editorialistas, va en serio, aunque a mí me da que ese Haider es un lobo telegénico y en nómina,  como aquellos que salían en lo de Félix Rodríguez de la Fuente, o sea, un mistolobo, incluso para  el olfato de un cazanazis con la nariz de Simón Wiesenthal. ¿Por qué tanto incienso, entonces?

 Esta vez el mistolobo se llama Haider, y su partido, Liberal, pero ya verán que esto tampoco va a  servir para que empecemos a preocuparnos no tanto de que los partidos tengan este nombre o el  otro  como de que respondan al nombre que se les dé y sean partidos de verdad. Hay un liberalismo elegante, para  caballeros, que consiste en la actitud de tolerar lo desagradable, pero hay también un  liberalismo doctrinal, para filósofos, que no proporciona ninguna razón para  desear que la gente  corriente crea en alguna verdad, incluida la de la bondad política, que, al igual que ocurre con la  creencia en la bondad divina, suele ser inversamente proporcional a sus pruebas. ¿Qué  clase de bandera liberal anda bordando Haider? A modo de signo mnemotécnico, y según la  simplificación russelliana, desde Kant y Rousseau ha habido dos escuelas de liberalismo: la obcecada o dura, que por etapas lógicas, y a través de Bentham, Ricardo y Marx, desembocó en Stalin; y la sensible  o blanda, que por etapas igualmente lógicas, pero a través de Fichte, Byron y Carlyle, desembocó en Hitler, a cuya reencarnación, dicen, estaríamos asistiendo nada  menos que en el corazón de Austria. Al fin  y al cabo, Hitler, como antes Lenin  y como ahora Haider, debió su ascenso a la democracia,  sólo que en el caso de Haider, de dar crédito al toque a rebato de nuestro portavoz gubernamental, las  democracias occidentales van a estar «enormemente vigilantes», solecismo que parece extraído del romancero pastoril.

 Cualquier lector de Thomas Bernhard entiende lo que ha pasado en  Austria: «Se ahogará a sí mismo en la cuna, este pequeño país. Aquí no se puede hacer nada. Mire a la gente. Póngalos uno al lado de otro. Son algo imposible.» Pero, al decir de los observadores políticos, en Austria  nos  jugamos lo que en buena  literatura  benthamista se denomina «el non plus ultra de la metafísica», es decir, la doctrina de los derechos del hombre, aunque todos sabemos que, si a ese mistolobo de Haider se le ocurriera allanar un solo derecho del hombre europeo, a la  OTAN solanesca no le temblaría el pulso a la hora de emplear su poder de anonadamiento para convertir a Viena, cuna del psicoanálisis, en un aparcamiento, como Grozni. De momento, y para  espantar al mistolobo de Haider, ya se ha puesto en marcha el plan de marginación diplomática, razón por la cual han  causado cierto estupor las  objeciones de Federico Trillo a una cartera de Exteriores para Víctor  Ríos,  mayormente por las barbas, que le dan ese aspecto mefistofélico y esa autoridad de tentador,  aunque, bien mirado, ¿qué tiene que ver la barba con la diplomacia o la diplomacia con el centro?

Bueno, el centro es una  necesidad táctica de los gobiernos contemporáneos,que son como el mariachi de «Me he de comer esa tuna», y que necesitan de extremos para poder constituirse en el centro  imaginario de la relación de poder. Para jugar a la tercera vía, que consiste en la utilización electoral de los gritos de alarma en plan «¡Que viene el  lobo»!, la internacional socialdemócrata necesita de un diablo con barbas capuchinas a su izquierda, y la internacional liberal, de un guaperas con camiseta de ultra a su derecha. Loserio, por democrático, sería reformar el sistema electoral, pero eso, para el consenso tresillista, es como pedir la reforma del sistema solar.

Jorg Haider

Según todos los periódicos, el lobo ya ha venido:
 es austríaco,  se llama  Jorg Haider,  y,
  según  algunos editorialistas, va en serio